Al buscar el trasfondo de cada discusión, de cada pelea o altercado –más allá de lo obvio, lo que se ve en la superficie, lo aparente–, podría decirse que, generalmente, por no decir siempre, los argumentos subyacentes pueden reducirse a los instintos básicos de territorio y supervivencia.
Puede pensarse que otro motivo importante, importantísimo, es el amor o la falta de él, pero si vemos lo que implica en cada caso, el amor (inicialmente de los padres) tiene todo que ver con la supervivencia. No se puede vivir sin amor.
No hace falta analizar las guerras territoriales que tuvieron lugar a lo largo de la historia. Mucho más acá, cotidianamente, tenemos conflictos permanentes; sin ir más lejos, dentro de la propia familia.
Actualmente, en general, no andamos con garrote, lo que no quiere decir que hayamos dejado de luchar por nuestro lugar, o intentar usurpar el del otro, pero somos mucho más civilizados. Hoy día nuestra arma más usada (para bien o para mal) es la palabra, aquella que puede levantar el ánimo o puede, literalmente, matar.
En el lugar de trabajo, ¿qué puede ser más claro que “serruchar el piso”, el quitarle el territorio a alguien para que quede vacante y ocuparlo luego? Justamente en dicho ámbito se dan las más diversas situaciones que evidencian la lucha por el territorio y la supervivencia.
Aunque en la sociedad actual los instintos básicos están mayormente camuflados, todavía encontramos cavernícolas que luchan con garrote. Son aquellos que consideran que su cónyuge es una extensión de ellos mismos y, como tal, debe proceder como su mente les dicta. En una persona sana, una mano que se mueve obedece al cerebro que da la orden, por lo cual si se considera a una pareja como parte de uno (y no como un ser independiente que decide acompañarnos), no se acepta, en consecuencia, el libre albedrío del otro, incluso en cosas mínimas. Hay una exacerbación de los instintos que busca la anulación de la voluntad ajena y si esto no se logra (imposible sería) aparece entonces el hombre de las cavernas a imponer, con violencia, sus instintos.
No obstante, no es en el único ejemplo de primitivismo. Hay otros encubiertos de manera tal que son ampliamente aceptados, incluso por los seres más civilizados. Son aquellos que llevan a cabo los poderosos, en pequeña o gran escala. Se trata de las guerras modernas, aquellas promovidas por los “grandes”, de intereses mezquinos disfrazados con argumentos de grandeza.
Sin embargo, así como los cavernícolas de la primera época de la humanidad ya no existen, igualmente los cavernícolas actuales tenderán a desaparecer, o aparecerán nuevas formas, suavizadas, camufladas, hasta que la evolución total de la humanidad aniquile sin sangre los últimos vestigios del primitivismo.