Antes de nada, una reflexión. Sí, esa que se hace con la parte de arriba. No confundas amor con genuflexión, sino… ya comenzaremos equivocándonos. Rescatemos el verdadero concepto del diccionario:
Amor: (del latín, amor, -ōris) m. Vivo afecto o inclinación hacia una persona o cosa. Blandura, suavidad. / Apasionado afecto hacia una persona. / Persona amada. / Amor propio: El que los seres humanos profesan a sus propias personas y cosas. / Presunción, orgullo, jactancia.
Por mucho que vayamos de duras, absolutamente todas hemos caído ante ese sentimiento, que debió de ser tragado por ese gordito alado de caracoles rubios. Pero debemos ser sabias y aprender, antes de que la gravedad nos condene para siempre.
Todas hemos amado, soñado, llorado, pataleado y otros participios similares… y a gran escala. Todas hemos visto las películas de Disney, nos hemos tragado a las princesas ñoñas y sumisas, hemos tenido nuestros enamorados nerds, nos han atraído los que no nos convenían y todas, hemos soñado con formar una familia: la nuestra.
Todas hemos reído en público y llorado en privado o al revés. Todas hemos cometido locuras dentro de nuestras diferentes escalas en pos de un amor. Todas hemos competido en el más sagrado e inconfesable fuero interno, para ser las mejores con él, en todo.
Todas hemos luchado por resultar atractivas, simpáticas, amables, solícitas, inteligentes, modernas, curiosas y sexualmente activas. Todas hemos querido ser especiales, ya sea siendo dulces y bondadosas, ya sea siendo resolutivas o vehementes. ¡Bah! Ya no cuela… quitaos las caretas y reconoced, al igual que en un sábado a las tantas empapadas en alcohol, las verdades que os comen las entrañas (por mucha pose que llevéis): aunque reneguemos del amor, nos posee como a la niña de El exorcista, y no nos salva ni el Padre Karras.
Todas hemos sido incoherentes, niñatas, divas de poca monta, inseguras, envidiosas, criticonas, histéricas y rottweileres. Todas hemos exigido a nuestra pareja cosas por el mero hecho de amarnos. Y esto… no funciona.
Porque hay un gran error de base. Pensar que nuestra felicidad está en el amor y en la búsqueda de la media naranja. Ya somos una naranja entera (o un plátano que tiene más potasio), somos lo que sea… pero enteras. No necesitamos apego, sino desapego.
No nos engañemos… los hombres son visuales y quieren siempre retos
El flechazo no existe. Un tipo no se enamora de ti en dos días, y si lo hace… ¡ojito y a mucha distancia! porque fijo que esta desestabilizado y con carencias que necesita cubrir. Los tipos tienen pensamiento único y les pones o no. Este es el cruel resumen. Lo bueno que, al margen del físico, recordad que son visuales, a ellos les seduce el desafío mental, porque sus genes aún son de cazadores, aunque ellos no se muevan ni para ir al gym, y ahí entra tu astucia. Recuerda a tu abuela y sus consejos: «Conseguirte no ha de ser fácil, tiene que luchar por ti y sufrir para tenerte, sólo así sabrá realmente valorarte».
Los hombres no eligen enamorarse, por lo tanto, tú, como Scheherezade en Las mil y una noches, debes alargar esos encuentros sin apagar nunca su deseo para que, de pronto y sin darse cuenta, caiga a tus pies. Sí, os habréis dado cuenta que aquí las reinas somos nosotras, no niñitas o princesitas que necesitamos su aprobación, sino reinas, y no os conforméis con ser pajes porque planchareis sus camisas toda la vida.
El amor nos confunde, y el sano egoísmo nos relaja. Nunca confundas necesidad y soledad con amor. No será justo para él.
En definitiva, solo buscamos un agradable compañero de viaje con el que perdernos en los frondosos bosques oscuros de esta incomprensible vida.