Según Sócrates, hay que evitar convertirse en misólogos, es decir, gente que odia la razón. ¿Cómo es que se da esto? Pues según la analogía que hace Platón, de la misma manera en que alguien se vuelve misántropo —es decir, un hombre que odia a los hombres— por haber sido traicionada su confianza varias veces, quien se percata de que ha tenido muchísimas fallas lógicas y de raciocinio acaba odiando la razón.
Yo confieso no haber conocido a tal clase de persona, pero sí que he visto y veo constantemente que el grueso de la humanidad menosprecia la razón como guía de la vida, prefiriendo, en cambio, dejarse llevar por eso que llaman «alma», «espíritu», «pasión», «corazón», «fe», etc., pero lo que parecen ignorar es que tales cosas tienen poco sustento. Examinemos.
Aquellos términos fueron designados en épocas en que los hombres desconocían las verdades que hoy en día las neurociencias arrojan sobre el hombre, más concretamente: todo tiene un fundamento «neurobiopsicológico» (si se me permite la expresión); puesto en otros términos, las emociones, el sentimiento, el alma y toda esa caterva insensatas cosas parecidas pueden tranquilamente explicarse a través de la razón, la cual nace, vive y muere en el cerebro, en sus cuasi infinitos componentes.
Para que quede más claro, tomemos una frase como la siguiente: «X no tiene corazón» o «X es un desalmado». Dichas frases deberían considerarse obsoletas, pues X, si está vivo, tiene corazón, independientemente de si es buena o mala persona. Es decir, la personalidad del ser humano no se define desde el «alma» o desde el «corazón», sino exclusivamente desde la razón, desde el cerebro.
Volviendo a la misología, un misólogo será, desde mi punto de vista, todo aquel que infravalore el poder, el alcance y los límites de la razón, sin que esto implique que sea malo, bueno, infeliz o feliz, santo o criminal. Tampoco utilizaría yo la palabra «odio», sino simplemente «infravalorar».
Luego podemos citar a Kant, para quien «cuanto más se consagra una razón cultivada a la intención de gozar la vida y conseguir la felicidad, tanto menos [la] halla el hombre […]», motivo por el cual se produce en él la misología; y, a la larga, acaba envidiando a la gente sencilla —el vulgo, el hombre promedio— por ser felices al no tener una razón cultivada.
Es cierto que esto se produce en muchos casos, pero dudo de que se trate de una máxima universal. A su vez, no puedo dejar de notar un paralelismo con el famoso «Elogio de la estupidez» de Erasmo, según el cual los estúpidos son o tienden a ser más felices que los cultivados, los inteligentes, los racionales; esto, ahora mismo lo temo, es cierto. Pero dejemos esto de lado y volvamos al tronco de esta nota.
El uso de la razón es la diferencia más importante entre el hombre y cualquier otra cosa, sea ser vivo o no; por consiguiente, únicamente en la razón más que en cualquier otra cosa deberíamos apoyarnos para tener una existencia más humana (en el sentido más amplio del término).
Lo que propongo es dejar de lado la superstición casi barbárica de creer que el corazón o la bondad o la sencillez o de una persona es lo más importante; lo que debería importar es hacer un buen uso de la razón, perfeccionarla al máximo posible; ser, en suma, seres con auténtico sentido común.