No nos une el amor sino el espanto…
Jorge Luis Borges
Es a menudo que hablamos de «La alegría de los pueblos», existe también la depresión de ellos.
Nos miramos las bocas, y los ojos se miran mutuamente. Tan distinto el pasado, sea inminente o no. Tan iguales las vidas como antípodas; eso se llama persona, una condición que, ni proponiéndoselo, el mundo lograría arrebatar a nadie.
Regresar. ¿A dónde se regresa? ¿De dónde se regresa? Resulta la cuestión tan amplia y tan humana —y, por llana, tan compleja—, que creemos vivir como por una bandeja sostenidos. ¿Qué son ahora los sitios, sus lugares? Las cunas, ya perversas, dejaron de acunar, aunque te hayan parido. Regresé desde allí, ninguna parte y toda, tierra que marcó mi existencia. Aterrizo en esta cuna misteriosa y de espanto oscurecida, como aquello que nos une. Congelada en mi tempo y en el tiempo, incrementada en todas sus costumbres, valores, terrores y prejuicios, se torna, la ciudad en que nací, inhóspita como un desconocido.
Me suelo preguntar cada mañana, ni bien toco la alfombra con el trozo desnudo en el que asomo, en dónde es que estoy. Esto ocurre horas antes de que griten horrores por las sendas peatonales, los amigos de infancia me segreguen, cada cosa se vista de imposible, lo posible sea siempre la gran dificultad, y descubra el porqué de aquella partida (tan lejana ya) de un lugar donde aún se sonreía.
Un año aquí en la cuna que no cambia pañales ni pañuelos con mocos y no escucha qué hago hoy aquí. Aquí no escucha nadie, ni tampoco se escuchan entre ellos. Se le suman, a este patriotismo tan apto para ser realmente revisado, los estragos mundiales y pandémicos. Se convierte en la furia Buenos Aires, como dijo Cerati.
Me duelo en cada boca tan proclive a insultar, aunque no sea a nadie. Los modismos ahora son montañas de insultos que están normalizados. Me pregunto a menudo, cada hora realmente me pregunto, a dónde es que van todas esas palabras cosidas por el odio, la rabia, el desencanto; ¿van acaso cosidas a lo que desearía que fuera un collar de corales urbano? No. Tal vez, es muy probable, se estén acumulando en las islas de plástico que entre todos hicimos.
¿Dónde están los creativos, las creativas? ¿Dónde está aquella cuna que cada uno piensa que es su parte? La respuesta es terrible: la matamos. Cada uno, concentrado en engordar la rabia que siente por lo injusto, asesina con cada abrir de boca, todo aquello que pudimos haber sido y no pudimos (o tal vez, no quisimos). Entonces, ¿de dónde la nostalgia de no pertenecer a algo de excelencia sino al barro del cerdo resentido?
He vuelto a mi chiquero, a mi cuna de lodo, y no me reconozco porque no veo en nadie el más mísero espejo. «Veo veo / ¿Qué ves?». Son ciegos asustados que el odio envalentona y no quieren saber, o es que no pueden, operar en conjunto; perdida la armonía, el humanismo, se deshojan las hojas y los ojos. No se ven ni entre ellos. Cada uno en su ombligo sobrevive al país y hasta a la patria. ¿Por qué les gusta tanto decir patria si la están deshaciendo? No sólo a su riqueza, que no era sólo argento, también al amor, al tiempo para amar, a la amistad que fue todo y ahora es nadie, al tiempo que robábamos con sólo un ring de timbre y ya no está. El sapo de otro pozo nació en el mismo pozo en el que hoy no hay lugar para nada distinto. Sólo queda amoldarse, frente a esto, veo cómo se amoldan, con qué facilidad, a alimentar la rabia. Elijo que eso no, que a eso no me hago, pero no me retiro, pues es cuna y la mía, aunque sea tan sólo en lo geográfico.
Recuerdos de un lugar sin derecho a la vida me persiguen. No entiendo los porqués de este «no alcanza». Añoro, necesito, exijo algún rincón, aunque sea diminuto, donde existir aquí sin que sea un pecado permitirse la paz, la paz esa que habita entre las tripas.
Transformada en Los unos y los otros, de Lelouch, el Yo, mi, me, contigo, de Sabina, nos cabe ya del todo, menos en la articulación de lo inclusivo que, como sabemos o deberíamos saber, eterna e indefectiblemente, es lo que construye.
Espero aquí sentada, suspendida, exactamente en medio de la patria y el tiempo que es claramente, un abismo abierto por el miedo de cada ser humano, que, recluido en sí mismo, desafía a la física y se dispone a envestir a cada paso, haga falta o no.