Freud nos ha dado un pantallazo interesante en relación con la dinámica del enamoramiento: el empobrecimiento del «sí mismo».
Empecemos por algo que podría parecernos muy extraño. A diferencia de lo que comúnmente creemos, el enamoramiento no es más que la forma que toma un deseo de índole exclusivamente sexual hacia alguna persona. ¿A qué me refiero? A que lo que realmente nos pasa con esa persona que nos hace latir fuertemente el corazón cuando la vemos o que nos hace temblar la voz al hablar o que nos hace fijarnos cada tres minutos si está «conectada» o nos «clavó el visto», angustiándonos y haciéndonos conjeturar hipótesis más o menos positivas según nuestro estado anímico, es —sin más vueltas— que tenemos ganas de concretar un encuentro sexual con ella.
Lógicamente que el trabajo del inconsciente no nos permite vivenciarlo de esta forma, pero lo que subyace no es más que sexualidad. Velamos este deseo con el sentimiento de enamoramiento porque nos sería inadmisible —en relación con nuestros preceptos morales— aceptar que todo el interés que sentimos por la otra persona es pura y exclusivamente sexual.
Es así como esa máquina —a veces tan extraña— que es nuestro psiquismo transforma ese deseo en enamoramiento (pensar en el otro, querer agasajarlo, tener gestos de cariño, decirle en palabras que lo amamos), dando lugar a formas de «descarga» que encubren la verdadera esencia de nuestro interés. Las transformamos en metas socialmente aceptables y factibles en todo ámbito.
Ahora bien, ¿por qué el aparato psíquico se «defiende» de estos deseos sexuales y los transforma en otra cosa? Porque de no ser así, una vez satisfecho el deseo sexual se extinguiría nuestro interés por el otro y sería imposible sostener una relación duradera, y, como bien sabemos, el ser humano es un ser social que tiene una constante necesidad de otros. La certidumbre de que la necesidad de la relación sexual sobrevendrá otra vez nos orienta a la búsqueda de algo más que se sobreañada al deseo sexual: es así como logramos mantener relaciones afectivas estables y supuestamente monógamas.
Amamos así a nuestra pareja, aun cuando el apetito sexual —aparentemente— no esté presente. Pero ¿cómo llegamos a esta construcción psíquica?
En una primera fase (cuando niños) encontramos nuestro primer objeto de amor (madre y/o padre indistintamente), y tenemos que renunciar a los deseos sexuales hacia ellos, aprendiendo así que la forma de garantizar la permanencia del otro es amándolo tiernamente (única forma de amor permitida por los padres). Este sería el modelo sobre el que se van a basar nuestras relaciones posteriores. De ahí la importancia de nuestra infancia a la hora de vincularnos con nuestra pareja.
Por ejemplo, si hemos tenido grandes deseos sexuales hacia nuestros padres, que luego tuvimos que reprimir al atravesar el complejo de Edipo, el monto de represión utilizado para contrarrestarlos debe haber sido muy elevado, motivo por el cual el resultado será una personalidad muy reprimida en cuanto a lo sexual y, consecuentemente, muy amorosa, tierna y demostrativa. Con la pubertad, se revive el complejo de Edipo, pero aparecen pequeñas diferencias.
El hombre, a quien se enseña que debe ser fuerte y menos sentimental, se le genera un conflicto cuando debe mudar sus deseos sexuales a ternura. No debe ser sexual, pero tampoco debe ser tierno. Desemboca así en algo que vemos muy a menudo: hombres embelesados por mujeres que no estimulan su costado tierno y no forman relaciones duraderas con ellas (forma de «salvarse» de ser amados y de amar) y que sí lo hacen con las mujeres a quienes no aman, a quienes menosprecian o hasta desprecian (forma de evitar tener que dar rienda suelta a su deseo sexual, por no ser mujeres que se lo despiertan).
Las mujeres, generalmente, son muchísimo más «sexuales» que los hombres en su temprana infancia, dado que se les permite —por costumbres sociales— ser afectuosas; esto genera que tengan que contrarrestar esas pulsiones sexuales con grandes montos de represión. Como resultado, las mujeres tienden más a buscar amar y ser amadas que a satisfacer sus deseos sexuales. Lo que sucede es que el hombre parece tener menos capacidad de integrar sexo y amor. Cuanto mayor es el enamoramiento, menos sexualidad emerge y viceversa. Es un verdadero conflicto psíquico masculino.
Pero independientemente de las diferencias, todos coincidimos en algo: cuando nos enamoramos, hay una sobreestimación sexual. De pronto, nuestra pareja no es criticada, vemos cualidades inexistentes o descubrimos cualidades que antes no veíamos. Se produce un espejismo: creemos que amamos sexualmente a alguien porque tiene otras virtudes que nos hacen enamorar. En realidad, nos enamoramos y vemos cualidades que no existen para poder justificar nuestro deseo sexual encubierto.
Esto es lo que se llama idealización, que implica que el otro pasa a ser tratado como nuestro «Yo», y decanta muchas veces en enamoramientos con personas que creemos que son lo que nosotros no podemos ser, lo que podría entenderse como una elección narcisista: nos amamos a través del otro.
¿Pero qué pasa cuando nuestra pareja llega a poseer todo el amor que tenemos (inclusive el amor a nosotros mismos)? Nos quedamos «sin yo», sin narcisismo, sin «dignidad»; se erigen comportamientos humillantes, dejamos de querernos, de arreglarnos, de querer gustar a los otros, nos convertimos en lo que creemos que tenemos que ser para garantizarnos el amor del otro… Nuestra vida entera se concentra en la pareja. Esta es la patología del amor, algo tan habitual y de lo que tan pocas personas han estado exentas.
Es efectivo esa parte del enamoramiento en algunas personas poco racionales que idealizar cualidades que no tiene la persona objeto de enamoramiento ,ya sea porque le satisface en lo sexual ,se ciegan pero las personas críticas consientes no se dejan llevar por la satisfacción del cuerpo emociones de llenado sexual porque son más importantes las de contenido espiritual intelectual,que esa persona tenga afinidades con nuestras tendencias,porque de lo contrario es una simple atracción animal
Y el otro contenido ,que no comparto,que cuando pasa a otra etapa el enamoramiento ,para transformarse en Amor es que tal persona se abandone a sí misma ,pierda su ego natural de gustar,arreglarse ,motivándose siempre a,ser atractiva para el otro ,haciendo más interesante la relación con,creatividad buscando complementos ,invitarlo a realizar actividades juntos como aprendizaje de bailes en una Academia instarse juntos a crecer ambos por supuesto respetándose los espacios individuales,con amigos propios sin que éstos sean la excusa para justificar la búsqueda de otras relaciones sexuales,porque se incurre en la deshonestidad y pierde la pureza de la relación y cuando la pareja lo sabe ( siempre se descubre esa instancia ,la mujer es muy perceptiva ,ese desliz aunque no releve importancia para el hombre a su mujer la marca y ya nunca podrá confiar ,si es mucho el Amor y,trae aparejado hijos puede perdonar ,más así nunca olvidar y se ceñir como una sombra entre ambos ” se rompe el cristal “…del Amor de entrega total