Roberto:
Voy por tus palabras, transito por ellas, y su destino se despliega en mí como un estandarte preciso y satisfecho de sí mismo, de enarbolarse sobre mi mar como una constelación o un sol que abre sus poderosas alas sobre el suave alarido de mi voz, sobre el murmullo taciturno de mi aquí precipitado, infesto de sensaciones abismales.
Te leo y me elevo hacia la más alta cúspide, donde mis ojos ya no rescatan esa angustia por el brillo perdido.
Me imagino que, despistados ante los brillos, vagantes entre rocas sórdidas y voces y manos que no pueden comprender, pronto sentimos que solo queda vibrar y respirar ese único aire, solos ante el espesor libre de lo sin nombre, de lo sin patria, de lo huérfano de la desnudez, esperando siempre encontrar esa voz particular del silencio que nos convoca cada vez.
Solo respirar ese otro aire liberado de las gruesas cadenas de opresión de lo humano.
En vela permanecer ante el faro inquietante de ilimitada belleza, portadores del germen, trastornarnos a cada instante de inusitada pregunta.
Dado que no se puede decir de la escritura lo no dicho, lo que nunca se logra decir, solo queda bosquejar tímidamente ese inextricable recorrido, temiblemente doloroso, puerta a la que no se accede ni desde el exterior ni desde el interior. No hay forma. El paisaje nos devuelve la misma aridez del rostro desesperado, insatisfecho, empeñado en atravesar lo imposible, de ir más allá, hacia la unión de lo finito con lo infinito, hacia la eterna duda imprescindible que nos acosa, tábano de nuestra primera sangre.
Empecinados buscamos en las raíces del mundo o del lenguaje en la más primitiva cualidad del ser.
Sin embargo, tan solo la única posibilidad será permanecer fiel y obcecadamente ante esta puerta impenetrable de la que hablaba Kafka, soportando la tácita negativa del vigilante. De todos modos, albergar una diminuta esperanza que no es esperanza al fin.
Así varados, en medio del azar, hacernos la humilde, pero para nada humilde, pregunta ¿para qué todo esto?
Nuestros intentos, querer recorrer desesperadamente el interminable camino hacia el Castillo, hacia esa puerta que quizá se abra (¿existirá realmente?). Y aun, ante nuestra pertinaz insistencia, descubrir que todo no es más que una trampa impuesta por nosotros mismos. Y qué maravilloso puede ser el momento de ver el rostro completamente transformado por su más real mentira.
No hay entrada. No hay salida. Hay caminos, puertas, mares, viento y el deseo de que haya algo más, sin embargo, no quisiéramos entrar verdaderamente por esa puerta. ¿Podemos acaso alterar el sentido de alguna cosa, de manera que el telón caiga junto con las marionetas, y todo el escenario vacío ya no sea más que el propio rostro reflejado en el espejo?
De pronto, ante esto, abocarnos sin remisión a la tarea de esperar detrás de los cortinados, convencidos de que esperar nos devuelve al camino inaccesible que lleva al Castillo.
*Roberto Cignoni es un notable poeta argentino, cuya larga trayectoria incluye acercamientos a los históricos grupos de poesía concreta y poesía visual de su país.
Recién le escribo a la carta de Mariela Puzzo. Esta aquí en este teléfono y está escondida. No sé dónde está. No hay una llave y hay muchos sitios. Y la carta no está.Vengo de leer a María Rosa Maldonado, a Reynaldo Jiménez y allí vi un camino a Roberto Cignoni y fui. Estaba llena de palabras y el silencio no estaba. Y no se’ donde esta’ la puerta que abra para salir de mi.
Bellísima e intensa carta. Un placer de lectura.