Durante muchos años, un fenómeno acaparó la atención del público. Fue el fervor por los cientos de cantantes masculinos que, mutilados en la niñez para preservar sus voces agudas y “puras”, desarrollaron excepcionales características físicas, vocales y musicales, y un status de género único en el que se mezclaban lo viril, lo femenino, lo asexual y lo transexual. Por lo general, los castrati eran portadores de los papeles más heroicos y viriles, escritos especialmente para ellos, pero, en ciertos ámbitos, asumían también roles de mujeres, gracias a sus voces agudas y sus rasgos, privados de los efectos hormonales naturales en el hombre.
Despertaron sobre el escenario la admiración infinita pero, fuera de él, muchas veces la burla y el desprecio, como se desprende de textos de la época, o de caricaturas como las de Pier Leone Ghezzi o Anton Maria Zanetti, que los asociaron a diversos tipos de animales. La misma Iglesia Católica, que necesitó de ellos, a menudo pagaba las cirugías caseras, que provocaban la muerte de cientos de niños, y los hizo su principal recurso musical –en los coros litúrgicos–. Más tarde prohibió la castración y también la ordenación como sacerdotes y el matrimonio a los castrados, degradándolos a un “no ser” con un estatuto social anómalo.
Las voci naturali
La costumbre (ya presente en el Imperio Bizantino) de emplear en los coros a hombres castrados antes de la pubertad para preservar sus voces de los cambios hormonales, fue seguramente introducida en Europa a través de España por la civilización mozárabe. Es difícil conocer la fecha exacta en la que los castrati comenzaron a poblar las capillas musicales de Italia. Hay documentos que mencionan a sopranos masculinos sin que se sepa si eran eunucos o falsetistas. Sixto V, el papa que oficializa en 1589 la práctica a través de la bula Cum pro nostro pastorali munere, prohíbe el casamiento de los castrati bajo pena de excomunión, y a las mujeres aparecer en cualquier escenario público en el territorio de los Estados Pontificios. Su sucesor, Clemente VIII, afianza el reclutamiento de esos jóvenes despidiendo a los falsetistas sopranos de la misa (voci artificiali) y reemplazándolos por castrati (voci naturali).
Mientras sus voces siguen siendo un enigma que motiva experimentos acústicos y postulados científicos, su triple género (o la falta de él) continúa agrandando su leyenda, y el repertorio escrito para ellos, casi olvidado durante mucho tiempo. Resurge hoy gracias al desarrollo de nuevas técnicas vocales, que acercan esos rangos, y la liberalización de la sexualidad humana, que busca –o sueña con– volverse autónoma de la biología.
Esto debe formar parte de un debate bioético para establecer cuál es el límite para la humanidad. ¿Estamos preparados para afrontarlo?