Por Maximiliano Reimondi | Argentina
Vivimos en un mundo donde existe un abanico bastante extenso de sucesos históricos, que cambiaron los paradigmas sociales. En los últimos años, las grandes potencias tomaron decisiones políticas que tuvieron consecuencias imprevisibles. Por ejemplo, el enfrentamiento de las diferentes culturas en defensa de sus territorios mediante actos terroristas que mantienen en vilo a Europa.
Culturas
Las culturas forman valores y motivan a gente a las acciones que se parecen desrazonables a los observadores no nativos. Los americanos son renuentes apreciar el efecto intenso de la cultura en comportamiento. Validamos el mito que el comportamiento racional dirige todas las acciones humanas. Aunque el comportamiento irracional ocurre en nuestra propia tradición, intentamos explicarla por otros medios.
El tratamiento de la vida general e individual en detalle es una característica cultural que tiene un enorme impacto en el terrorismo. En las sociedades en donde la gente se identifica en términos de la calidad de miembro de grupo (familia, clan, tribu), puede haber una buena voluntad para sacrificarse. Ocasionalmente, los terroristas parecen ser impacientes para dar sus vidas por su organización y causa. Otros factores incluyen la manera de la cual se acanala la agresión y los conceptos de la organización social.
Algunos sistemas políticos no tienen ningún medio no violento eficaz para que la sucesión accione. Un motivo cultural importante del terrorismo es la opinión “extranjeros” y anticipación de una amenaza a la supervivencia étnica del grupo. El miedo de la exterminación cultural conduce a la violencia. Todos los seres humanos son sensibles a las amenazas a los valores por los cuales se identifican. Éstos incluyen lenguaje, la religión, la calidad de miembro de grupo y el territorio del nativo. La posibilidad de perder cualquiera de éstos puede accionar la defensiva.
Religión
La religión puede ser la más volátil de identificadores culturales porque abarca los valores llevados a cabo profundamente. Una amenaza para su religión pone no solamente el presente en riesgo sino su fin cultural y el futuro. Muchas religiones, incluyendo cristianismo e islamismo, han utilizado la fuerza para obtener a convertidos. El terrorismo en el nombre de la religión puede ser especialmente violento.
Más allá del repudio de la barbarie, el reciente ataque terrorista en París obliga a reflexionar sobre el contexto y las causas de estos hechos. Sumariamente, cabe recordar que la ola terrorista tiene su origen y principal escenario en el mundo islámico de Medio Oriente y Asia. La misma expresa el fundamentalismo religioso y el conflicto hacia el interior de la propia fe, agravados por las rivalidades nacionales, los reiterados fracasos de la intervención de las grandes potencias y las disputas por el dominio de los recursos naturales, principalmente el petróleo.
No es casual que, al mismo tiempo, prevalezcan, en esos países, condiciones extremas de subdesarrollo y pobreza, escenario de la desesperanza de una realidad agobiante. Sin alternativas ni futuro, surgen el caldo de cultivo de la violencia y las soluciones mesiánicas. Naturalmente, son jóvenes los que forman los principales cuadros operativos del terrorismo en los países de origen y quienes se solidarizan con su causa en el resto del mundo. Es previsible que mientras subsistan las condiciones actuales continuará la violencia que, en un orden mundial globalizado, es también global, como acaba de confirmarlo el ataque en París.
Pobreza
En definitiva, la pobreza extrema y la ausencia de oportunidades de mejora social, educación y calidad de vida constituyen el factor fundamental que impulsa el terrorismo e impide resolver, por la vía de la negociación y la paz, los conflictos en el interior del mundo islámico y la proyección del drama al resto del mundo. El problema se proyecta a países democráticos, como Francia, en los cuales existen etnias y credos diversos, cuya convivencia creativa y en paz es amenazada por eventuales reacciones xenófobas.
En los países islámicos agobiados por los conflictos y el terrorismo no habrá respuestas eficaces y duraderas sin desarrollo, sin generación de empleo, educación y oportunidades. Estas son, asimismo, las condiciones necesarias para la estabilidad institucional y la solución pacífica de los conflictos. La experiencia contemporánea de los países emergentes de Asia demuestra la posibilidad de la transformación de las condiciones económicas y la mejora de los niveles de vida de centenares de millones de seres humanos cuando se ponen en marcha los procesos de gestión del conocimiento, industrialización e inclusión social.
¿Y el futuro?
Desgraciadamente, el orden económico mundial va, precisamente, en sentido contrario a lo necesario para erradicar el terrorismo y consolidar la paz. Va hacia el aumento de la desigualdad dentro de los países y, entre ellos, a la concentración de la riqueza en pocas manos, a los desequilibrios macroeconómicos generados por la especulación financiera y las políticas neoliberales que prevalecen en la Unión Europea y en la mayor parte de las economías avanzadas del Atlántico Norte.
La ausencia, prácticamente absoluta, de cooperación internacional efectiva para resolver el problema de la desigualdad a escala global anticipa un panorama sombrío para el futuro de este siglo. Sólo el ejercicio de la fuerza es incapaz de afianzar la paz y el orden del mundo global.
En un mundo globalizado, es una cuestión planetaria. La abismal diferencia en los niveles de vida, entre el despilfarro de una minoría y las miserias de la mayoría, se proyecta a nivel global, contagia el comportamiento social, radicaliza la protesta y fomenta el terrorismo, cuyas causas manifiestas pueden descansar en otros factores (como el fundamentalismo religioso) pero se amplifican por la desigualdad.