Puede que para muchas personas el estado de alarma, que dictó confinarnos en casa bajo cuarentena, comenzara como una enorme pesadilla.
Incluso, muchas personas pueden haber experimentado intensos niveles de ansiedad esos primeros días y semanas. Curiosamente, esas mismas personas pueden estar hoy desarrollando lo que se está dando a conocer como el síndrome de la cabaña.
Hablamos del síndrome de la cabaña cuando experimentamos miedo a salir a la calle. Miedo a contactar con otras personas fuera de las paredes de nuestra casa, temor a realizar actividades que antes eran cotidianas, como trabajar fuera de casa, viajar en medios de transporte público, relacionarnos con otras personas conocidas, etc. Pero es importante remarcar que no se trata de un trastorno psicológico, por lo que no hay definición oficial sobre ello.
Las personas que se pasan el confinamiento solas tienen más posibilidades de desarrollar el síndrome de la cabaña. El hecho de no tener ningún contacto físico o cercano con otra persona puede haber creado una forma de rechazo a lo que ahora es excepcional para estas personas: el contacto con los demás. Por otra parte, no podemos olvidar que la epidemia no está superada por completo, por lo que el riesgo de contagio es real. Con todo, los miedos de estas personas no son solo al contagio del virus COVID-19, sino ya en sí a afrontar situaciones sociales o espacios abiertos con múltiples estímulos que escapan a su sensación de control.
¿Qué hago si me siento así cuando me toque volver a salir?
Primero es importante tener claro que las salidas deben ser graduales, de manera que cada uno pueda ir regulando qué necesita y cómo.
Especialmente desde que se permiten las salidas a pasear y hacer ejercicio, según horarios, es útil aprovecharlas para ir graduando nuestro contacto con el exterior. Ya sea por el mero hecho de exponernos a la calle, al ruido, a otras personas desconocidas, como así mismo a poder emplear esas salidas en realizar algo que nos agrada o que nos pueda aportar una leve sensación agradable, al menos al principio.
Disfrutar del sol en la piel, facilitar el contacto con algo de naturaleza como un parque o el mar. Si asociamos la salida, que nos agobia, con una consecuencia de placer (dentro de las posibilidades existentes) es algo más fácil que volvamos a repetir la experiencia al día siguiente.
La situación es excepcional y no hay una única manera correcta de superarla. Es normal tener miedo como también es normal querer superarlo. Si sientes que te genera malestar la idea de salir al exterior es importante buscar ayuda. Dejarnos acompañar es un acto de generosidad con uno mismo.