El autor se transforma a partir de la cosmovisión de un lugar que le es propio o que de alguna forma intenta apropiarse: Argelia. Apropiarse del lugar físico implica aceptar y ser consciente de una filosofía particular que se vincula estrictamente con el paisaje y el desarrollo de su entorno. Naturaleza, mar, viento, sol, playa, aromas, colores, visiones se superponen y crean el escenario capaz de ambientar determinado modo de existir. El lugar físico o «patria» determina el lugar del alma. la «patria del alma», la sensibilidad (entrar en conexión con una forma de comunicación superior). «Un ser sensible al parentesco del mundo», nos dice. Ser sensible implica poseer una conciencia lúcida, el enfrentamiento con sus temores, sus incertidumbres: la vida, la muerte, el destino, el porvenir, el bienestar, y sus dualidades; el ser hombre del mundo de lo natural fusionado con su entorno, el ser hombre para sí mismo y emparentarse con otros. Conciencia de las metamorfosis y fisonomía del lugar vinculados con su ser en la aceptación de lo perpetuo y en el transcurrir de los días que gestan su creación. Creación de «muertos conscientes» o almas que son capaces de comprender el sentido enigmático de la vida y la muerte.
El lugar, capaz de crear mitos, nos muestra a un hombre de la masa «feliz», inconsciente de su porvenir que no anhela, que solo puede «esperar o tener esperanza» y arraigarse de un modo físico: el que le ha sido destinado. Todo lo que el autor describe de la gente, de sus costumbres, de sus códigos confirma este destino de resignación que muestra el paisaje de Argelia. Camus lucha contra esto en su extremo existencialismo con temas que no son ajenos a su ascendencia. Se fusiona con el paisaje y se percibe en él como «presente»en todo lo que vive. Cuando se hace presente logra esa pacificación del alma indagadora y puede volverse medianamente feliz hasta advertir lo irremediable: «Siempre seré igual-de todos modos —Moriré».
Pero el paisaje no alcanza para no caer inevitablemente en el silencio y la oscuridad del pensamiento. Basta sumergirse en el paisaje, el mar, el sol, el viento, las pieles oscuras doradas al sol, el movimiento de las mujeres al bailar para que todo se vuelva sensiblemente físico. Todo estimula los sentidos del cuerpo. El argelino se conforma y vive, experimenta el presente corpóreo sin más pretensión. Camus piensa que el hombre y la mujer argelinos han nacido para fusionarse con el paisaje íntimamente. Si bien entiende y acepta que su cuerpo también experimenta y goza ese estado del ser, confirma que su conciencia de ser hombre, de existir, lo lleva a la amargura: «No hay verdad que no lleve a la amargura». La inocencia se relaciona con ese cuerpo que se nos aparece como virginal, entregado para ser vivido y experimentado en los placeres de la carne, sin conciencia de ese otro presente: «A tardes semejantes debo la idea que tengo de la inocencia».
Respecto de Orán; aparecen conceptos como desierto, soledad, meditación, pensamiento. El paisaje, como belleza, inspira al visionario-poeta-filósofo que encuentra en la piedra la construcción de siglos de pensamiento y metafísica del ser humano. El desierto es el lugar que hace posible la meditación de una obra del pensamiento o de una gran acción. Las murallas de Orán han sido construidas por los hombres, presos de la esclavitud del trabajo. Estos no pueden transformar el paisaje, así como tampoco pueden transformar el destino que les ha tocado junto a la piedra. Camus alude al Mito de Sísifo, el hombre es su propia absurdidad de existir, inmerso en su destino inexorable se reconoce en su accionar y solo le queda conocerlo y ejecutarlo. Orán, con su torre de Babel, manifiesta la obra del tedio que renace en la acción de los seres, repetida y sostenida por lo absurdo de todo destino humano que constituye a la vez su morada, su vida. Orán se encuentra amurallada, imposible de transformar y destruir como toda obra humana. El mundo acerca al ser a su desesperación o exaltación, luego es vencido por el mundo, construido por el ser que nada espera, entregado a su esclavitud de piedra, de desierto y de muro. Él colabora en la construcción de su morada, inmerso bajo el sol, el viento, el mar y la soledad. Lo humano no escapa a su destino, a su condición, entonces, solo puede ser transportado como la piedra, como Sísifo, terriblemente sin sentido.
¿De qué tipo de historia nos habla Camus? ¿La historia de los acontecimientos o las realidades subjetivas de los hombres respecto a la acción y el trabajo? Estos hombres ¿cuán lejos o cerca están de la nostalgia y la poesía? ¿Acaso este salto del asombro (hogar) es la fascinación por la historia que solo la poesía puede contar? ¿Es el asalto de lo poético en la historia de las acciones humanas? En ese planteo de la existencia Camus revela su contestación a la eterna pregunta del ser: toda acción es absurda en un humanismo existencialista resuelto en azar.
El hilo de Ariadna gesta su comunión con el minotauro, el que permite al alma entregada por amor, el goce de la belleza, de la inocencia, del tedio y el encierro. Camus eleva estas beldades hacia los dioses antiguos que dominan la voluntad del ser y lo traducen con sus actos, lo proclaman en la búsqueda de libertad. Lejos de la antigüedad, el mundo humano llevará a ese ser a no ser nada, epicentro de la experiencia metafísica del existencialismo. Esos seres no cultivarán un espíritu de rebeldía más que escindiéndose de la realidad hacia la creación artística, y, sino, perecerán sumergidos en el conformismo del trabajo y la opresión, resignados a su destino. Los juegos y el boxeo son una expresión que Camus experimenta de una lucha entre Argelia y Orán. Comprender esta construcción es saberse parte de una tradición, de una raza, también de una costumbre. En definitiva, de una patria. Para Camus, el espíritu de Orán está en la piedra y el cuerpo, es el paisaje de Argelia. El espíritu trasciende lo humano. La piedra trasciende la acción en el mundo. ¿El pueblo Oranés quiere encerrar el cuerpo y el espíritu entre los muros de piedra para eternizarlos? Un sabor de nostalgia predomina desde el inicio hasta el final del texto. Se tiene la impresión de estar todo el tiempo sobre la tensa cuerda del sentido, en la experiencia análoga y diferente de Orán y Argelia. Se tiene la idea de libertad y opresión, de diferencia y unidad, para converger en el nudo del existencialismo de Albert Camus.
«En el alba tibia, pasadas las primeras olas, todavía negras y amargas, es un nuevo ser el que hiende el agua tan pesada de la noche». Entonces el poeta se escinde una vez más entre realidad e inocencia para crear su propio universo cargado con la nostalgia del ser: «Hay en cada hombre un instinto profundo que no es el de la destrucción ni el de la creación. Se trata tan solo de no parecerse a nada. Estos son los desiertos donde el pensamiento viene a recobrarse, la mano fresca de la noche en un corazón agitado».
*Todas las citas pertenecen a El Verano, Bodas, Buenos Aires, Ed. Sur, 1975.
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