Para nadie es un secreto que vivimos en un momento de la historia en el que hablar de ansiedad es parte del guion de todos nosotros. Hoy es común sentarte a tomar un café con alguien y que este te cuente su trastorno de ansiedad derivado de un trauma o una fobia, del pánico que le genera esto o aquello; en definitiva, de su relación con la muy popular ansiedad generalizada.
Seamos honestos, la ansiedad no discrimina, y eso ha quedado demostrado por las estadísticas, estas nos dicen que más 264 millones de personas la padecen (al menos, según la Organización Mundial de la Salud), y confieso que las historias de quienes logran superarla o consumirse por ella me resultan atrapantes.
Muchos profesionales de la salud nos dicen que la ansiedad es nuestra amiga, ya que debemos interpretarla como una respuesta que nos prepara para afrontar un posible peligro (real o imaginario), y eso podría estar «bien», pero, así como cualquier cosa que puede descontrolarse, la ansiedad también podría llevarnos al abismo y absorbernos totalmente. Entonces, no puedo dejar de preguntarme, ¿la ansiedad es amiga o enemiga?
Por lo general, cada domingo me enfrento a mi propio monstruo de la ansiedad, este que por momentos suelo confundir con el combustible que necesito para activarme en aquello que más me cuesta abordar, pero que de alguna manera no resulta suficiente como para poner en marcha el motor y, entonces, logra paralizarme, dejándome ahí, a la deriva de la autopista de mis planes, de mi vida.
En ese momento suelo experimentar una dicotomía que solo yo entiendo y que aun así no puedo explicarme.
La ansiedad, por lo tanto, es como esa amiga tóxica que sabemos que lo es, pero que, aun así, somos incapaces de dejarla ir, por tantas razones que no tendría sentido enumerarlas. Lo cierto es que cada domingo me visita y me invita a crear para no quedarme atrás, mezclando empuje y temor, deteniendo el avance de mis propias ganas de que algo se haga realidad.
Hace unas semanas leí un ensayo del artista y profesor de la ASAB (Academia Superior de Artes de Bogotá), Marcos Roda, quien hablaba sobre la ansiedad relacionada con el artista, esto es, con los escritores, pintores, escultores, actores, etc., en definitiva, con los creadores. Marcos describía al artista como un ser sufrido en su mismo placer. El artista vive del placer de crear, pero el proceso antes del resultado suele ser un tormento ocasionado por la ansiedad de la creación. Lo cito:
Una de las premisas del arte es la continua innovación. El artista es un fuera de la ley por definición, un prestidigitador que debe sacar algo distinto del sombrero en cada acto. Eso, esa habilidad y esa necesidad, no la tiene todo el mundo y no se puede transmitir, porque está ligada a lo más profundo de la psiquis de cada cual.
Este texto es un descargo personal hacia mi propio proceso, esa eterna búsqueda por comprender qué pasa más allá de lo que sentimos, con el propósito de dejar en claro (para otros o para mí, aún no lo sé) que a los artistas nos mueve una necesidad indescriptible por expresarnos, y que la ansiedad —ya sea nuestra amiga, ya sea nuestra enemiga— es también el boleto de ida hacia un destino abarrotado de paz y de placer como consecuencia de lo creado.