No hay orden que pueda prevalecer cuando se busca la libertad, pues ser libre es ser caótico dentro de un orden, dentro de una manera de captar esa otra palabra que me hace ser quién soy y alguien distinto, alguien que viene adherido a su sombra.
La libertad es ese espacio incierto que se busca aún en la invisibilidad y la imposibilidad. Lo imposible es posible todo el tiempo, en ningún tiempo, en ningún lugar, zafándose hacia lo infinito que es descenso y ascenso del centro a la medianía, incorporación de una forma que se difumina, esa parte de mi que se subleva. Es el Todo inalcanzable, el anhelo y la insatisfacción de ese anhelo. Lo inasible de la libertad nos pone en un apuro. ¿Nos apuramos para llegar adonde?¿al ser?¿a la nada?¿al todo?. Estas no son más que palabras en el ser reflexivo que se pregunta y la pregunta huye de la respuesta cuando el corazón interroga y desespera por la ausencia que se presenta.
En todo orden existe el caos. Asimilando las contradicciones llegamos, nos parece, a una parte de la libertad. Una reflexión de la libertad nos puede llevar a querer definir la nada o el todo. En ese punto de la circunferencia existe la misma distancia que se repite en cualquier posición, es donde se da lo inasible. Ese punto que, siendo visible “simbólicamente”, se nos sustrae. La distancia es la misma desde donde se vea. Un círculo lleva a otro círculo, así, indefinidamente. ¿La libertad tendrá que ver más con la elipse que con el círculo? Pero…¿cómo acceder a esa parte elíptica del alma? Forma dentro de otra forma deformada en el alma que se deshace, que se cristaliza en una hora.
Hablar de la libertad es hablar del vacío concentrado en la pregunta. Vivimos limitados, entre muros nos debatimos inciertamente y caemos con el peso de los hechos que llaman reales. La libertad está limitada por lo finito, por ese punto que es espejo de una distancia fugada. ¿existe? O tal vez es una compleja proyección de la mente consciente. La conciencia mide la distancia entre un punto y otro de la circunferencia. Mide, selecciona, divide, razona. Mi inconsciencia es el mundo que se define en el punto equidistante entre mi ser y lo que no razona.
La escritura es el arte de buscar la libertad y de perderla a cada instante. Aun en lo inhallado esa misma búsqueda nos compromete con cierta libertad. Las palabras trabajan para horadar los límites de la conciencia, mis palabras huyen hacia un profundo desconcierto. Pero aún ellas son limitadas según el uso que se les de. Solo las palabras que participan de la función de poetizar son libres, infinitas, ilimitadas. La poesía accede a distintos grados de libertad. El poema se despliega más allá de la geometría, de la razón, desbordándolo todo, dando un sentido a la libertad. Mis palabras se doblegan, busco la punta del hilo, la ranura de la aguja en la compleja perfección de la composición. Busco los ritmos con que abraza la noche, apegándome a lo innombrable, entregándome a sus profundas aguas nocturnales.
La libertad no es un simple replanteo, el poema no es una simple búsqueda de trasgredir el límite. La función de poetizar es inherente a la libertad. Las palabras se combinan, se entretejen de tal manera que se pierde en absoluto la posición del punto en la circunferencia. La poesía nace del caos, lo revierte y vuelve al caos, el caos es su propia integridad. En su ordenamiento lógico las palabras trasgreden su lugar común, modifican el sentido que viene adherido a la palabra, se transparentan, se edifican en las invisibilidades del todo del lenguaje. Todo objeto deforma la palabra, y la palabra deforma o transforma el objeto. Un mueble es más que un mueble silencioso, quieto, inerte. Un mueble puede ser la desesperación de la soledad, puede ser la esperanza del poema que llega, mi autenticidad, o mi condena.
La libertad del poema es un nuevo nacimiento del lenguaje. El lenguaje se re significa, vuelve a nacer, se crea, se dispone a liberarse de las presiones de la lengua, sin salirse de la lengua. Las cosas hablan, ejecutan acciones, las personas son sujetos actuantes y parlantes junto con las cosas, reviven sus múltiples funciones, las palabras se cosifican o las cosas se apalabran. En el extrañamiento de un lenguaje nuevo se da el espacio de la libertad. Pero ella no es una cosa ni una palabra. Es lo indefinido, lo infinito, lo ilimitado.
A su vez la soledad es el espacio en donde se manifiesta la libertad. Esa soledad austera, abstracta, inconclusa. Mi soledad es el manto que envuelve el lenguaje. Las palabras de la libertad son los verbos de la vida.
La libertad es un grito silencioso, un canto, una musitación prolongada y difusa. Al borde de los objetos, entre los objetos; el abismo de la libertad.
El poema se despliega y se brinda a un espacio común que permite acceder a esos momentos de gloria, de felicidad de la libertad. El poema y la libertad se despliegan al unísono, son las notas rítmicas que trasgreden todo tiempo, todo lugar. La libertad nos trasciende aun en la incertidumbre de alcanzar su cúspide. En el desvarío de las formas repito mi inconsciente manía de decir, de elevar esa palabra vaciada, de doblegar el vacío. La pregunta por la libertad se da en el vacío. Por lo tanto no es posible preguntarse por la libertad ya que ella ha huido del punto y se ha transformado en elipse.
“Un círculo
y, en ese círculo, otro
círculo
y, en ese nuevo círculo, un círculo
nuevo
y así de continuo
hasta el último círculo convertido en un punto
avasallador,
y luego un imperceptible punto
pero increíblemente presente
pero majestuosamente ausente”
Edmond Jabés