En la noche del 1 al 2 de marzo de 1978, dos sujetos profanaron la tumba de Carles Chaplin, en el cementerio de Corsier. Se robaron el ataúd, un cajón lustroso de roble noble y añejo que pesaba 150 kilos, y huyeron con él para pedir rescate por los restos.
La noticia se conoció públicamente cuando los delincuentes llamaron a la casa de Chaplin para pedir seiscientos mil francos suizos para devolver el cadáver. A cifras de hoy, era un rescate valuado en medio millón de euros. El llamado lo atendió el mayordomo del palacio, Giuliano Canese, un ítalo-suizo, leal con todos los Chaplin, que eran muchos de familia.
La noticia del robo del cadáver fue confirmada enseguida por la policía. Los delincuentes habían dejado la fosa abierta y la tierra amontonada a un costado y causó un poco de pánico. En especial en el chofer de la familia, otro italiano simpático y honesto que se llamaba Renato, pero que fue el que más se angustió con el robo. Imaginó que se trataba de un operativo guerrillero, de algún grupo de los tantos que conmovían a Europa en aquellos años.
La única persona que conservó la calma en esas iniciales horas de zozobra e incertidumbre fue la viuda de Chaplin, Oona O’Neill, hija del dramaturgo Eugene O’Neill, que había surcado con apagado éxito las aguas procelosas de Hollywood, había tenido algunos escarceos amorosos con el escritor J. D. Salinger y con Orson Welles, hasta que conoció a Chaplin y se enamoró perdidamente.
Tuvieron cuatro hijos y en 1952, cuando el macartismo hacía estragos en Estados Unidos y Chaplin fue perseguido porque encaraba el prototipo del comunista en aquella caza de brujas. Huyeron juntos a Europa, ella embarazada del quinto bebé. En Europa nació el quinto y tres más. La familia vivió unida y feliz después de tantas tormentas.
Los secuestradores
Los secuestradores bajaron las pretensiones a seiscientos mil dólares, en la creencia de que los Chaplin bien podrían no disponer de la cantidad que les exigían en francos suizos. Ante la nueva negativa de la familia, de Oona por la que hablaban los hijos, los delincuentes bajaron la cantidad a quinientos mil dólares. Nada. Hasta que desnudaron sus almas desangeladas y terminaron por pedir cien mil dólares. Entonces intervino la policía que buscaba a Chaplin con desesperación y sin pistas.
Finalmente, a las nueve y media de la mañana del 17 de mayo detuvieron a Roman Wardas, un polaco de 24 años y, enseguida, a su cómplice, Gantscho Ganev, un búlgaro de 38, ambos mecánicos de autos.
Parece un guión de cine escrito por el mismo Chaplin. Una tragicomedia que duró varios días, protagonizada por dos delincuentes ineptos que tuvieron un delirio de riqueza. ¿No te parece una historia apasionante?