No es fácil. No dejes que te hagan creer lo contrario. Porque no lo es. Nunca lo fue.
Y aunque siempre tengamos presente que la vida es única, irremplazable, frágil, y por momentos utópica, siempre debemos comprender que todo eso no anula su complejidad.
A pesar de todo ello, siempre trae consigo una premisa: «Es tu oportunidad». Tú única y angelada chance de hacer del presente tu hogar.
Aunque quizás te encuentres en medio de temores e inseguridades, hoy me gustaría compartirte una breve historia personal, que espero te sirva de aliento para la decisión que hace tiempo reposa en tu cabeza. Esa que algunas noches no te permite dormir del todo bien.
En mi caso, me tomó sólo ocho años de trayectoria profesional caer en la cuenta de que las crisis laborales que golpean a nuestras sociedades (a mi parecer), en mayor o menor medida, tienen que ver con las pequeñas y tóxicas frustraciones de muchos de los líderes que actualmente salen en búsqueda de nuevos empleados (con esto no quiero decir que no existan empleados «tóxicos»).
Corría el año 2015, había concluido mi etapa de estudiante de producción audiovisual, y me encontraba en la búsqueda de mi primer «gran» trabajo. No me interesaba si era en radio o en televisión. Tampoco si me pagarían mucho o poco. Sólo quería trabajar. Darle un puntapié inicial a mi carrera profesional. Esa con la que tanto supe soñar desde que era tan sólo un niño.
Y allí, sin darme cuenta, le di sentido a una divertida frase que supe repetir infinidad de veces en la facultad: «Cuando creés que nada tiene que ver con nada; resulta que todo tiene que ver con todo». Así encontré mi primer trabajo.
Resultó ser que un exprofesor de mi escuela iba a abrir una radio vanguardista a la vuelta de mi casa. Sí, uno de los docentes que supo acrecentar mi amor por el mundo audiovisual abrió un estudio literalmente a la vuelta de mi casa. Y su convocatoria me proponía llevar adelante un gran desafío profesional: construir desde la base.
Así fue que durante un año y dos meses llevé a adelante mi rol como coordinador de contenidos de la emisora. Me encargué de todo el diseño que hizo a su imagen (la radio no era una «simple radio», sino un espacio de convergencia entre radio y televisión).
Pero con el correr del tiempo, además de esas tareas y de «ayudar», acabé por encargarme de estar en contacto constante con todos sus clientes, y asesorarlos semana a semana en cada salida alaire. Una gran oportunidad laboral. Muchas responsabilidades y muchos aprendizajes. El famoso «Win to win» (‘ganan todos’). Así llegó AfinaVoz a mi vida, mi primer emprendimiento televisivo, que, además, contó con mi producción general y conducción.
Todo parecía viento en popa. Todo era digno de un cuento perfecto. Pero no. Con el correr de los meses, toda esa idealización romántica del primer empleo comenzó a desvanecerse, ya que las repercusiones del programa eran superadoras con respecto al resto de la señal. Y eso cayó mal. Porque los celos profesionales existen. Y aquel gran maestro que se transformó en mi jefe, me lo enseñó poco a poco, con una serie de maltratos y frases desafortunadas.
Hasta que llegó el día en que una frase de esas rebalsó mi taza: «¿Dónde vas a encontrar algo mejor? ¿A dónde vas a hacer tu “programita”?».
Ese día mi cabeza hizo un click. Ese lugar no me merecía. Porque esa razón también es válida. Hay que naturalizar la idea de que no todos estamos hechos para convivir en cualquier lugar y que no cualquier lugar es merecedor de recibir todo nuestro potencial.
A mí no me molestaba el dinero que se me pagaba por mes. Menos, que aquel jefe tuviera la potestad de elegir al azar el día adecuado en el calendario para pagarme. Tampoco que me pidieran que estuviera disponible 24/7. Sinceramente, yo sentía que me encontraba en el trabajo de mis sueños. Y que aquella era la dirección.
Pero no. Ninguno de esos motivos me resultaban molestos. A mí, realmente, me alcanzó con que se diera por sentado que ese era el único lugar al que podía llegar.
Esa tarde encontré una publicación en Facebook con una búsqueda laboral que se adaptaba a mis aptitudes y saberes. Esa semana conseguí «algo mejor». Y aquí, a casi seis años de esa frase, me encuentro muy bien. ¿Por qué? Porque, a pesar de que no siempre es fácil, nadie debe conformarse con la idea de que jamás encontrará algo mejor para su vida.