Por Anabel Mica | Argentina
Cada persona es dueña de un espacio que le pertenece con exclusividad: su espacio interno. A diferencia del espacio externo, donde coexisten cientos de factores sobre los que nuestro ámbito de actuación puede resultar limitado o hasta incluso nulo, sobre nuestro espacio interior, somos los únicos capaces de asumir la responsabilidad que conlleva potenciar las fortalezas individuales y el valor personal.
Asumir el propio espacio, no es sinónimo de “inflar” nuestro YO, ni volvernos más egocéntricos, por el contrario, cuando nos apropiamos y nos posicionamos desde él, experimentamos sentimientos agradables de mayor serenidad y aprendemos a relacionarnos con firmeza sin perder la espontaneidad.
Al asumir el propio espacio, comprendemos que los demás también tienen el suyo, y que este es tan valioso como el nuestro, con sus derechos y obligaciones. Somos capaces de lograr y sostener vínculos más positivos, comunicamos decisiones, opiniones, necesidades, reconociendo que todo aquello que expresamos nos pertenece. En definitiva, todos nuestros comportamientos en su conjunto resultan más asertivos.
En cambio la persona que no asume el propio espacio, tiene una tendencia a responsabilizar a los otros, ya sea de sentimientos agradables o desagradables, como de las propias vivencias. Comunican desde un código equivocado, que no se corresponde con la realidad, formulando mensajes del tipo: “Me hacés feliz”, “Me hacés entristecer”, “Me hacés triunfar”, “Me hacés equivocar”, entre tantos otros.
La dinámica que subyace a este comportamiento, es que la persona otorga, transfiere al otro (o a los otros) su propio poder personal, el poder de alegrarlo, de hacerlo sentir una persona única y valiosa, como también el poder de entristecerlo, desalentarlo, enojarlo, hacerle perder la calma…
En realidad en todos estos casos se trata de un autoengaño, producto de no asumir que el otro no tiene tal poder sobre mí, cuando yo no se lo otorgo, no se lo concedo. Lo que ocurre es que al no apropiarse del espacio interno, es uno mismo quien se va debilitando, ignorando el alto costo que conlleva no asumir la responsabilidad sobre este.
Se requiere constancia en el trabajo con nuestra interioridad y la seguridad de que este camino, nos llevará a una vida de mayor plenitud y satisfacciones. Es una apuesta a largo plazo, que supone observar con humildad y respeto nuestras propias verdades. Observarnos y preguntarnos “¿Qué es lo que yo pienso?, ¿Qué es lo yo que necesito?, ¿Qué es lo que yo siento?”, para luego poder expresarnos de forma auténtica, sin juicios, agresiones, asumiendo que es uno quien habla desde su propio espacio interior, espacio que ha sabido conquistar.