Aquellos que eran vistos bailando eran considerados locos por quienes no podían oír la música.
Friedrich Nietzsche
Qué hacemos con «lo diferente» es algo que marca la pauta de prácticamente todo lo que nos acontece, incluso, nuestras propias acciones. Podría estar refiriéndome a lugares, culturas, costumbres, individuos… En cuanto nos hacemos esta pregunta me viene a la cabeza una palabra que considero detestable: tolerancia. La hemos puesto bastante de moda en los últimos años, parece que creyéramos que por utilizarla mucho nos vamos a convertir en mejores personas. No es así, tolerar no significa que comprendamos algo y por eso aprendamos a convivir con ello, significa que uno soporta algo con esfuerzo.
Tolerar, según la RAE, es un verbo transitivo que en su primera acepción significa: «Soportar, admitir o permitir una cosa que no gusta o no se aprueba del todo». Por tanto, hablar de lo estupendo que resulta ser tolerante con las personas diferentes, por ejemplo, resulta verdaderamente tremendo. Nunca puede ser valioso ni enriquecedor ser tolerante. Si bien soportarse puede evitar una agresión o un crimen y sirve para, por ejemplo, respetar la ley, jamás será el secreto de una coexistencia armoniosa. La meta debe ser la comprensión, aprender cómo es el otro y —desde ese punto de partida— convivir e integrarnos. Valorar la diferencia como algo que suma en matices y aprendizaje, es a lo que deberíamos aspirar.
Preocupada por este tema, escribí en España La lucidez de Esquizo —Editorial Lastura. Primera edición mayo, 2016 / Segunda edición julio, 2017—. Un poemario en primera persona en el que un hombre nos cuenta su vida desde un psiquiátrico. Fui sorprendida por una cantidad de mails y mensajes en las redes de personas que padecían algún tipo de trastorno psiquiátrico, que, al leer el libro, se habían sentido identificadas con Esquizo, por tanto, creían ser supuestamente, comprendidas por mí. Esta reacción, tan manifiesta, resultó reveladora, bella y escalofriante a la vez.
«¿Qué hacemos con las personas que consideramos diferentes?» es lo primero que deberíamos preguntarnos. Y «¿Diferentes para quién?». A diario, segregamos; a diario, imponemos nuestro criterio a todo lo distinto. ¿Lo marginal lo es porque se automargina o es condenado al margen por el resto?
Todas estas cuestiones que me habitan fueron las responsables de que eligiera Claveles rojos como el primer acontecimiento cultural presencial al que acudir en plena pandemia. Ataviada de barbijo, y con bastante temor, acudí con mi entrada al Teatro Metropolitan en la porteñísima avenida Corrientes. Hacía un año que no me acercaba al centro de la ciudad. Realmente ha valido la pena.
Claveles rojos es una obra testimonial basada en un hecho real. Escrita y dirigida por Luis Agustoni. Una obra que nos hace reflexionar sobre el poder, la «tolerancia», la solidaridad, el compromiso, la justicia institucional y la familia como Estado. Está interpretada por Julieta Bermúdez, Matías Durini, Constanza Fossatti, Teresa Solana, Yamila Mayo, Nadia Brom, Miranda Caride, Ricardo Levy, Alejandro Marticorena, Diego Gómez Leite y Luis Agustoni. Cabe resaltar la interpretación magistral de Julieta Bermúdez.
Si nos preocupáramos más por estas cuestiones, si reflexionáramos, debatiésemos, leyéramos y eligiéramos lo que vamos a ver con cierto compromiso e interés, estoy segura que creceríamos como personas y como sociedad. Podríamos empezar a pensar, tal vez, en un mundo mejor.
Crédito de la imagen: Producción de la obra