Por Maximiliano Reimondi
Delia tocó el timbre, pero la señora no abrió la puerta. Entonces, sacó la llave de la cartera y entró. La casa estaba en penumbras y la voz de Roberto Carlos, llegaba a sus oídos desde el grabador ubicado en el living. Allí estaba su jefa recostada en su sillón, con las manos sobre los apoyabrazos, las piernas enfermas completamente extendidas y la cabeza recostada sobre un almohadón.
A Delia no le extrañó que la señora no haya advertido el timbre, ni tampoco su llegada. Los medicamentos la hacían dormir mucho. Alguna vez la había encontrado despierta y le había hecho un café fuerte para despabilarla. La señora prefería dormir ya que la reciente muerte sorpresiva de su esposo la había angustiado mucho.
Con las manos apoyadas en la cintura, se paró frente al sillón. Ladeó levemente su cabeza y observó a la señora.
-Señora, despiértese que tiene que ir al médico.
Se inclinó hacia la mesa ratona de vidrio, recogió una taza de té vacía y caminó hasta la cocina. Allí, lavó la taza y toda la vajilla sucia del día anterior. Finalmente puso la cafetera.
-¡Señora! ¿Se está levantando? ¡Apúrese que va a llegar tarde! -gritó.
Al volver al living, el sillón estaba vacío. Delia se sorprendió y comenzó a caminar por la casa.
-¡Señora! ¿Está bien? ¿Está en el baño?
El silencio le provocó un temblor en sus labios. Estaba asustada. Al volver al living, la señora estaba sentada en el sofá.
-Ah, señora, estaba acá. Dele, apúrese, que se le va a hacer tarde para ir al médico.
La señora la miró con cara desencajada y ni la saludó. En su mano tenía un sobre. Se lo alcanzó.
-¿Qué es esto, Delia?
Delia reconoció el sobre y se puso pálida. El temblor se extendió a todo el cuerpo. Cuando iba a hablar, la primera puñalada le perforó la tráquea. La cara de espanto de Delia acusó la segunda puñalada al corazón que fue mortal. El sobre ensangrentado cayó al suelo. Estaba escrito con la letra del marido de la señora. Unas letras en imprenta rezaban: MI AMADA DELIA.