Mientras más investigamos, lo que creemos que sabemos, que entendemos y confiamos, más empezaremos a ver que probablemente nos han mentido, que las instituciones nos han mentido.
¿Qué te hace pensar que la institución religiosa nunca lo hizo?
Si nos remontamos aproximadamente al año 3.000 a. C., nos encontramos con Horus, el dios del Sol de Egipto y una de sus deidades más antiguas. Él era el sol antropomorfizado, y su vida era una serie de mitos alegóricos relacionados con el movimiento del sol en el cielo. El sol, para aquel entonces, con sus cualidades de dar y cuidar la vida, fue personificado como dios, conocido también con el nombre de «La Luz del Mundo», «El Sol de Dios», «El Salvador de la Raza Humana».
Horus, entonces, «un mesías solar», nació un 25 de diciembre y fue hijo de la diosa virgen Isis, y su nacimiento fue acompañado por una estrella del este. Contaba con 12 discípulos que viajaban con él haciendo milagros, como curar enfermos y caminar sobre el agua. Era conocido también con el nombre de «La Verdad», «La Luz», «Hijo Elegido de Dios», «Buen Pastor», «Oveja de Dios», entre otros. Horus fue traicionado por uno de sus seguidores y luego fue crucificado, enterrado por tres días y resucitado. Estos atributos, siendo originales o no de esta deidad, parecían filtrarse en otras culturas del mundo. Otros dioses, como Atis de Grecia (1200 a. C.), Mitra de Persia (1200 a. C.) o Krishna de India (900 a. C.), tenían en general la misma estructura mitológica.
Diferentes salvadores de todo el mundo, en distintas épocas, coinciden con este relato
Una historia, con similitudes obvias, si la comparamos con la llegada de Jesús: nacido de la Virgen María, anunciado por una Estrella del Este, al que lo acompañaban 12 discípulos que viajaban con él realizando milagros, como curar enfermos, caminar sobre el agua, levantar muertos; conocido además, como el «Hijo de Dios», «La Luz del mundo», «La Oveja de Dios» y que, después de ser traicionado por uno de sus discípulos, Judas, fue crucificado para luego de tres días resucitar y ascender al cielo.
Tal mito tomó varias formas religiosas, fue entonces cuando esta tradición llegó hasta Roma en la forma del culto de Mitra y entró en las costumbres de los romanos. Cuando el cristianismo comenzó a difundirse, tuvo que pactar con estas tradiciones muy arraigadas y, en consecuencia, la Iglesia logró «apoderarse» de la fiesta de la Navidad, proponiendo a Jesús como «Auténtico Sol Divino», que nace de una virgen. Dicha fiesta era una costumbre pagana, asociada al «solsticio invernal», que gozó de gran importancia en todo el imperio romano, acontecimiento que para las poblaciones antiguas fue visto como una renovación de la esperanza o una fiesta de la luz, pero también como una posibilidad de supervivencia para el cristianismo.
«Parece difícil pensar así, para los que hemos aceptado a la autoridad como verdad, en lugar de la verdad como autoridad», dice el egiptólogo Gerald Massey.
Si esta tradición sirve al menos para unir una vez al año a las familias y celebrar con buen ánimo, que se siga festejando, pero hagámoslo con conciencia, reflexión y pensamiento crítico.