Como un suceso mítico, impensable y absurdo, tal vez visto desde alguna religión como un castigo por los pecados del hombre moderno, se viene presentando, desde inicios del año 2020, la pandemia del COVID-19. A pesar de provenir de este orbe contemporáneo del siglo XXI, que creíamos tan superdesarrollado (con robotización, inteligencia artificial y economías poderosas, entrelazado como una aldea global, con comunicación instantánea y comercio, industria y negocios interdependientes y un desarrollo de las ciencias de la salud y de las condiciones vitales —al menos, en los países desarrollados—), el COVID-19 ha causado una epidemia mundial sin precedentes para la cual no había prevención alguna ni remedio curativo. La humanidad entera se vio obligada a refugiarse en sus casas para no contraer la enfermedad, que ha causado a la fecha una mortandad de más de 2.300.000 personas, mientras que los científicos se enfocaron en crear mancomunada y velozmente por lo menos diez vacunas que están siendo aplicadas en casi todos los países del mundo, exceptuando Colombia.
Según nota del PNUE (Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente), tomada del año 2016, se afirma que: «L´émergence de maladies zoonotiques est souvent associé aux changements environnemantaux» (France 24 NOUVELES, día 11 de abril de 2020), siendo las enfermedades zoonóticas —aquellas que se transmiten de los animales al hombre— las que representan el 60 % de todas las enfermedades infecciosas, tales como la tuberculosis, la toxoplasmosis, el paludismo, y el 75 % de las enfermedades emergentes de los últimos tiempos, tales como el Ébola, el Sida, las gripas avícolas, el SARS, el MET, el Zica y, ahora, el COVID-19.
Asimismo, un estudio de Yaron Ogen, de la Universidad de Martin Luther en Halle-Wittenberg, Alemania, asegura que los niveles del dióxido de nitrógeno, producidos principalmente por los motores diésel, son un importante aliado del coronavirus: «High levels of air pollution may be one of the most important contribution to deaths from Covid 19… The analysis shows that of the coronavirus deaths across 66 administrative regions in Italy, Spain, France and Germany, 78% of them occurred in just five regions, and these were the most polluted» (Tomado de: The Guardian, Internet, 20 de abril de 2020: Air quality/ Pollution may be «Key contributor to Covid-19 deaths-Study»).
El virus, entonces, con sus estragos y tragedias, nos retrotrae a consideraciones existenciales sobre la brevedad de la existencia y su sentido como motor de una vida auténtica, o el absurdo de su carencia y la importancia de la libertad, planteadas por pensadores como Friedrich Nietzsche, Martin Heidegger, Jean-Paul Sartre o Albert Camus, autor de la novela La peste, publicada allá por 1947, la que trata de una peste análoga al coronavirus de nuestra época, ocurrida en Orán, África, ciudad en la que quedan atrapados los protagonistas: el doctor Rieux, médico que lucha por contener la enfermedad, y el periodista Rambert, el testigo que está de paso en la ciudad sin la mujer que ama.
Esta historia le sirve a Camus para desarrollar su pensamiento existencialista, correlacionado con los hechos y el pesimismo propio de la época posterior a la Segunda Guerra Mundial, conflicto que, como la peste o el actual coronavirus, llegó absurdamente para traer la muerte, reflejo de la irracionalidad y del fracaso de la civilización occidental para vivir en paz, sin guerras o sin pandemias, lo que significó una tragedia para un mundo que se consideraba en su mayoría de edad o en pleno dominio de su razón. Lo mismo sucede con el COVID-19 en el mundo del siglo XXI, que se pregunta por la vacuna o el remedio, cuando se suponía que la ciencia lo había logrado casi todo.
Al COVID-19 también se lo puede explicar como un efecto del impacto ambiental causado por la Revolución Industrial que creó el capitalismo a partir de la expansión de los mercados en un mundo global que implica la intercomunicación instantánea de todos los fenómenos y enfermedades, algo antes impensable. Lo que acaba dándole la razón a la olvidada Teoría crítica, que afirmaba que «la forma básica de la economía de mercancías históricamente dada, sobre la cual reposa la historia moderna, encierra en sí misma los antagonismos internos y externos de la época […] y que tras una fabulosa expansión del poder del hombre sobre la naturaleza, termina impidiendo la continuación de ese desarrollo y lleva a la humanidad hacia una nueva barbarie» (tomado de: Horkheimer, Max, Teoría crítica, Buenos Aires, Amorrortu Editores, 1974, pág. 257).
El hombre, al darse cuenta de que ha ascendido mucho en el conocimiento, se ha creído sabio, pero, como a Ícaro, por volar pretenciosamente muy alto, en cercanías del sol, se le quemaron las alas, y cayó, lo que representa una situación inconcebible para el pensamiento cartesiano y racional, pues es como estar en manos del azar, porque no se conoce el camino para salir del laberinto del Minotauro o de la oscuridad de la peste de Camus o del coronavirus de nuestros días. Según el filósofo Heidegger, estos hechos podrían verse como la escenificación del «Ser para la Muerte» o «Sein fur Tot», como una oposición a la existencia, que, al mismo tiempo, la complementa dialécticamente: vida, de manera irremediable, significa también muerte.
Pero tanto la historia de Camus como la del COVID-19 del siglo XXI nos reconcilian con el hombre, pues siempre habrá pandemias y pestes, guerras y muerte, absurdos y sin sentidos, pero mientras exista la vida centrada en el amor y el mundo, mientras nos permitan aprovechar lo que nos queda de tiempo para pensar soluciones (ya sean minutos, ya sean siglos), vale la pena seguir viviendo, sin ser conformistas, buscando el ser del sentido de la vida, el cariño, la libertad, la igualdad, la racionalidad, la justicia, la fraternidad, aceptando la realidad tal como es para transformarla, pero racionalmente. Lo que les permitió a los científicos del mundo encontrar la ansiada vacuna contra el COVID-19, trabajando en equipos multidisciplinares durante muy corto tiempo, pero con muy buena voluntad y decisión. Ahora se trata de tener sabiduría en su distribución y acceso para todos los pueblos, razas, etnias y condiciones.
* Imagen: Personas con mascarillas quirúrgicas caminan por el este de Londres (Alberto Pezzali / NurPhoto via Getty Images).
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