«¡Estoy agotado!»
Así iniciaba nuestra charla, Pablo, un amigo al que visito unas tres veces por año. Él, desde hace poco más de dos años, trabaja por su cuenta. Dirige un pequeño emprendimiento de consultoría y aunque es lo que siempre soñó hacer, hoy me cuenta que no quiere saber nada más de ese, su trabajo, su pasión, su todo.
La rutina que abraza Pablo lo había llevado hasta un lugar tan lejano de su zona de confort que ni siquiera podía darse esos pequeños placeres de la vida: días libres, horas muertas, tardes de café durante la semana, largas vacaciones o acostarse a dormir en un horario razonable. Pablo, así como muchos, se considera emprendedor de tiempo completo, de esos que, en sus inicios, leyeron cada artículo del tema, participaron en cuanto taller de networking eran invitados y aprendieron acerca de herramientas tecnológicas impensadas para mantener esa energía productiva que caracteriza a los que deciden ser sus propios jefes.
En esa época temprana, Pablo irradiaba pasión y enamoraba con sus anécdotas, proyectos y talento, y aun sin saber si realmente lo poseía, resultaba cautivador conocer a una persona que deseaba hacer las cosas en un campo tan competitivo. Pero ¿no todos comenzaron así?
Lo cierto es que dos rumores corren en los pasillos del camino emprendedor: uno dice que es fácil renunciar a tu sueño, el otro, que, a pesar de los fracasos, también resulta sencillo continuar luchando por alcanzar la meta. Me pregunto ¿cuál de los dos es el verdadero? En el caso de Pablo, que se definía como un enamorado del oficio que había elegido, su situación ya estaba bautizada por los expertos: mi amigo padecía de burnout laboral.
El síndrome burnout
Quizá te sorprenda el nombre que le han dado a este síndrome, pero si estuviste involucrado en ambientes de trabajo demandantes y poco estimulantes lo debes haber experimentado y superado sin darte cuenta de ello. En el caso de Pablo, el burnout tocaba a su puerta y solo quedaba esperar si lo dejaría entrar o haría algo al respecto.
Expertos en profesiones relacionadas a la salud física y emocional, como médicos y psicólogos, señalan que los síntomas más comunes son la depresión y la ansiedad, dados por excesiva carga de trabajo, malas relaciones con los equipos, ausencia de apoyo dentro de su entorno y la ansiedad generada por cumplir diversidad de funciones, muchas veces sin ningún conocimiento ni experiencia previa.
Los emprendedores, quienes están destinados a convertirse en líderes de sus organizaciones, suelen encontrarse cara a cara con este síndrome y deben estar atentos para identificar cuándo se convierte en un obstáculo que debe ser tratado por un experto, para que no termine afectando su desempeño.
«Todo estaba en su cabeza»
Una noche, Pablo comenzó a sentir la necesidad de levantarse de la silla y empezar a correr por toda su casa. Estaba muy nervioso, así que salió al balcón y tomó aire. Nada en específico lo había empujado a eso, solo sintió la necesidad de hacerlo. Siguió con esa gran energía fluyendo dentro de él y pidiéndole movimiento, como si una mezcla de nerviosismo, adrenalina y coraje se hubiera apoderado de su cuerpo. Los nervios no tardaron en aparecer y su mente comenzó a jugarle trucos (decía que sufría un ataque al corazón, pero no era así). Después de una hora volvió la calma y el asunto quedaba en el olvido; pero el episodio se repitió cuatro veces más durante ese mismo mes.
Cuando tomó el valor para ver a un médico, esperando alguna arritmia cardíaca, intoxicación o cualquier «diagnóstico común», la receta fue ir a ver a un psicólogo, porque físicamente se encontraba en perfectas condiciones y, al parecer, «todo estaba en su cabeza».
Ese día Pablo entendió que para enfrentar lo que le ocurría solo hacía falta analizar su rutina, entorno, calidad de vida. Solo así podría darse cuenta de que esa era la causa de los episodios que derivaron en un burnout laboral.
La expresión con la que inició aquella charla reflejaba que había perdido el control de su proyecto, en el que cada área de ese plan estaba bajo su entera responsabilidad, alejándose de una coherente carga de trabajo para caer en un abismo que lo hacía empezar a detestar todo lo que hacía. Con el tiempo tomó la decisión de hacerse sus horarios, calendarios de entrega, agenda de compromisos, comenzó a tomarse descansos y a hacer actividades para su distensión, y si alguno de estos planes no se podía dar, decidía no forzarlos.
En su caso, el burnout fue mutando para luego desaparecer, y cuando su mente vuelve a sentir aquella imperiosa necesidad de levantarse de la silla para salir corriendo, ahora se calza unos tenis, llama a su perro, y salen a dejar el estrés y la ansiedad a 2 kilómetros de distancia.
*Texto incluido en El tiempo y el lugar de las cosas.