Para buena parte de los escritores latinoamericanos formados en el período vanguardista, la novela era un campo de conocimiento en el que entraban en juego tanto las realidades individuales como colectivas. En ese sentido, la obra de Miguel Ángel Asturias es paradigmática. Desde muy joven, el estudiante de etnología precolombina buscó crear un idioma americano fundamentado en elementos cosmogónicos de la cultura maya, revestidos de su propia imaginería. Con esto quiero decir que, en la prosa de Asturias, la descripción de los personajes asume un carácter expresionista, mientras que los estados de conciencia se yuxtaponen con recursos técnicos que remiten al surrealismo francés y a los mitos quichés. Dentro de su producción, tres libros se destacan: Leyendas de Guatemala, El Señor Presidente y Hombres de maíz. Intentaremos, a lo largo de los párrafos que siguen, aproximarnos a la primera de estas obras.
Sabido es que Miguel Ángel Asturias tomó parte activa de los congresos de Prensa Latina entre 1925 y 1932, realizados en varios países de Europa y América. Estas asambleas constituyeron una fuente de estímulo para el escritor en ciernes. La reunificación de las fuerzas latinas, meta de todos y de cada uno de ellos, era un objetivo que acarreaba consigo tanto una consideración de los orígenes como del vínculo entre América y las culturas mediterráneas herederas de Roma. Esta suerte de investigación sobre la latinidad despertó en Asturias una reflexión sobre su identidad y la de su país, lo que lo llevará a inscribirse en los cursos sobre cultura maya y antropología impartidos por Georges Raynand y Joseph-Louis Capitan, una vez radicado en Francia. La extraordinaria coincidencia entre los estudios de antropología y la indagación sobre la latinidad producen una revelación en el joven escritor. Es aquí, llegado a esta encrucijada personal, cuando Asturias se forja el papel de «Gran Lengua», es decir, el de transmisor de una cultura maya desposeída de voz y voto. Su interés por el universo precolombino se coronará en 1927, cuando el joven escritor colabora con José María González de Mendoza en la traducción del Popol Vuh (hecha a partir de la versión francesa de Georges Raynand).
Pese al excesivo trabajo que tenía como mitógrafo y periodista, a Asturias le sobraba tiempo para la ronda nocturna de Montparnasse. Allí, durante las tertulias en La Coupole y Le dome, se codeó con Alejo Carpentier, Arturo Uslar Pietri y Luis Cardoza y Aragón. En tal ocasión, Asturias empieza a contar las leyendas antes de escribirlas, de mesa en mesa, y a quien quisiera oírlas. Otro de los temas que salía a relucir con frecuencia en aquellos cenáculos es el surrealismo, poderoso imán para todo el que estuviera interesado en las corrientes de vanguardia. Asturias aseguró, algunos años más tarde, haber conocido a André Breton y Paul Éluard. Lo que no lograremos nunca precisar es el grado de intimidad que pudo haber tenido con ambos poetas. Sabemos, no obstante, que, en marzo de 1928, en ruta hacia el congreso de Prensa Latina de La Habana, trabó amistad con Robert Desnos, quien llegará a convertirse en fuente de inspiración para el guatemalteco. En El Imparcial de Guatemala del 26 de febrero de 1929, Asturias publica un cuento de factura enteramente surrealista, «La barba provisional», en el que uno de los personajes en el mismo Desnos. Lo sorprendente de este cuento no es tanto que sea un manual de técnicas utilizadas por el surrealismo, sino que es el único ejemplo en toda la obra asturiana en que la vena surrealista aparece retratada en un contexto puramente europeo. Ya en Leyendas de Guatemala, libro que sale a la luz un año más tarde, Asturias hace suya toda la gama de recursos teóricos explotados por Breton, Éluard y Desnos, pero aplicándola a un contexto mesoamericano.

Miguel Ángel Asturias encuentra en la tradición literaria de su país natal un campo fértil donde sembrar la semilla del surrealismo. Después de todo, el valor mágico atribuido a la palabra, el uso de la letanía, la paradoja y los hilos conductores son elementos característicos tanto de la estética surrealista como de la maya. Así es como desde el inicio, los relatos que integran Leyendas de Guatemala aparecen envueltos en una suerte de fabulación onírica. Como haría años más tarde Gabriel García Márquez al hablar de la fundación de Macondo, Asturias mezcla lo inverosímil, ya sea con detalles históricos, ya sea con referencias a un orden estatutario que lo patentiza. Por ejemplo, descubrimos que Guatemala «fue construida sobre ciudades enterradas», hecho verídico, aunque en sentido figurado; puesto que no fue construida propiamente encima, sino simbólicamente sobre un pasado maya en ruinas. De hecho, todo el proyecto de Asturias gira sobre la necesidad de presentar lo legendario como verosímil, lo cual va a permitirle introducir una figura retórica surrealista conocida como «lo uno en lo otro». El significado de «lo uno en lo otro» es tan obvio como lo sugiere su nombre; el poeta crea una imagen inédita haciendo caber un objeto, por incongruente que sea, dentro de otro. El objetivo de este procedimiento es adosar conceptos opuestos y aniquilar la distancia entre presente y futuro. El roce entre elementos disímiles produce si no una síntesis, al menos la yuxtaposición que Breton denomina un «doble cero», un objeto que es él mismo y su antítesis, es decir, simultáneamente presencia y ausencia, tal y como la Guatemala del primer relato: al mismo tiempo, indígena y española, pagana y cristiana, antigua y moderna. Compartimos un párrafo que, sin duda, ilustrará lo expuesto:
En la ciudad de Tikal, palacios, templos y mansiones están deshabitados. Trescientos guerreros la abandonaron, seguidos de sus familias. Ayer mañana, a la puerta del laberinto, nanas e iluminados contaban todavía las leyendas del pueblo. La ciudad alejóse por las calles cantando. Mujeres que mecían el cántaro con la cadera llena. Mercaderes que contaban semillas de cacao sobre cueros de puma. Favoritas que enhebraban en hilos de pita, más blanca que la luna, los chalchihuitls que sus amantes tallaban para ellas a la caída del sol. Se clausuraron las puertas de un tesoro encantado. Se extinguió la llama de los templos. Todo está como estaba. Por las calles desiertas vagan sombras perdidas y fantasmas con los ojos vacíos (Madrid, Cátedra, 2005).
Las Leyendas de Guatemala revelan su mensaje por medio del contraste entre una técnica eminentemente surrealista y el tema de la emancipación de los pueblos originarios. El país que las ve nacer se presenta entonces como un palimpsesto en el que se amalgaman presente y pasado, lo precolombino y lo español. En otras palabras, Guatemala no puede negar sus raíces, aun cuando la clase dominante se rehúsa a reconocerlas como tales. Una vez que hemos logrado desentrañar la enseñanza de cada leyenda, no hace falta ser adivino para entender el conjunto de su obra. Ni más ni menos, las Leyendas son el principio de toda una serie dentro del conjunto de la ficción asturiana. El deseo de su autor de ver la justa valoración de las culturas autóctonas de su nación aparecerá nuevamente en Hombres de Maíz. Aunque escrito en filigrana, el asunto es evidente: el patrimonio cultural de Guatemala no está extraviado, sino desatendido. Recuperarlo requerirá tan solo de la resolución de su gente.
Ilustración: Covo