Cuando el amor toca el timbre de tu puerta, lo reconoces al salir del ascensor (aunque creas que puede ser un espejismo producto de una lluvia pasajera). ¿Nunca sentiste con detenimiento el latir de tu corazón cuando estás a punto de bajar a abrirle la puerta a un nuevo amor?
Creo que el amor se resume a tocar el timbre, o enviar un mensaje. Tal vez suene mejor, enviar un mensaje y luego tocar el timbre. Aunque, en estas ocasiones, el orden de los factores no altera el producto final.
Porque, en definitiva, el amor es de a dos. Y aunque las escenas, los personajes, las locaciones y los vestuarios cambien. El amor sigue presente muchas veces, a pesar del tiempo y del espacio. Y tantas otras incluso, engañando hasta al mismísimo destino.
Sin embargo, existe una única premisa que nos convoca a la hora de amarnos, de elegirnos, de desearnos; y es que todo el amor siempre se resume en una misma idea: acompañar. Porque quien ama está eligiendo, por sobre todas las cosas, acompañar y compartir la carga de aquel que se encuentre a su lado.
Pero al elegir acompañar, debemos asumir que algunas veces esa humilde compañía se verá afectada por una sana distancia. Por un beso que no fue, por un encuentro fallido o por un presente que no se llegó a compartir, en la pieza del multiverso que nos tocó transitar.
Muchas veces no lo notamos, pero el amor es como un lago debajo de kilómetros y kilómetros de extensas y rocosas porciones de tierra, que, muy a su pesar, obran de sostén constante de una estructura que no se puede permitir caer por amor, estructura que, sin notarlo, convive con un torrente lo suficientemente potente que día a día intenta dar aviso de su existencia a aquellos que buscan omitirla.
Aunque duela o esté en completo silencio, se encuentra en ese lugar porque sin él no somos más que un ser sin vida.
Por todo eso, el amor es cómplice, es testigo y partícipe necesario. Se encuentra presente en aquellas escenas románticas donde el agua empapa a los extraños amantes como nunca; al punto tal que la cercanía entre sus rostros provoca que el tacto desee dejar de ser un sentido más, para transformarse en una experiencia.
Una en la cual, aquel amor prospere sin temor alguno. Sin escapes ni atajos. Sin motivos para abandonar aquel beso bajo la lluvia.
A veces, el amor es como una línea de brackets nuevos: Apuntala, contiene y educa. Provocando una experiencia que, aunque al principio nos haga creer que hemos conocido al dolor, finalmente nos demuestra que hay un par de dientes piano, luego de aquel tratamiento.
Sea hoy, ayer o mañana, nuestro amor siempre será de otro tiempo. De uno en el cual el amor siga siendo una experiencia similar a la de un beso bajo la lluvia: único, imprescindible y romántico.