Oscar Wilde, «el tío Oscar» (como lo llamaba Francisco Umbral, mi padrino literario), es la mejor prueba de que el ingenio y la sagacidad, algunas veces, pueden adoptar también la forma humana. Quiero decir con esto que Wilde no era otro escritor ingenioso y sagaz de los que felizmente abundan en todas las literaturas, sino que era el mismísimo ingenio y la mismísima sagacidad hechos materia.
Su celebrada producción incluyó todos los géneros (narrativa, teatro, ensayo, poesía), y en cada uno de sus trabajos se puede apreciar ese toque tan especial que lo hace único, me refiero a ese matiz «wildeano» cimentado en divertidos e inteligentes epigramas, casi siempre presentados a través de los personajes de sus obras, como el cáustico lord Henry, figura destacada de El retrato de Dorian Gray, aquella novela publicada en 1890 que hoy ya es un clásico de clásicos.
Tanto su intencionada apuesta a la «frivolidad»[1] como su particularísima concepción del arte, probablemente inspirada en Walter Pater,[2] han hecho que muchos críticos vieran en Oscar Wilde un digno representante del decadentismo, esa corriente estética tan en boga a finales del siglo XIX, sobre todo, entre los escritores franceses, aunque confieso que me resulta imposible encontrar uno que contara con la misma habilidad para la frase breve y mordaz que caracteriza a nuestro versátil literato.
La frase breve y mordaz, dicho sea de paso, es también una señal indiscutible de dandismo, dandismo que Wilde ejerció con inigualable donosura, máxime, si tenemos en cuenta que su contexto no era otro que la época victoriana, una época extremadamente conservadora que muy pronto le haría pagar al autor de La importancia de llamarse Ernesto su tan llamativa singularidad.
En 1895, Oscar Wilde fue acusado de «sodomía y de grave indecencia» por su relación con Alfred Douglas, un joven de la alta sociedad británica aficionado a las letras. Luego de una absurda seguidilla de juicios, el por entonces triunfante dramaturgo irlandés fue sentenciado a dos años de trabajos forzados en la cárcel de Reading, famosa por el poema que el propio Wilde le escribió una vez cumplida su condena.
Este extraordinario escritor terminó sus días en París, cuando apenas nacía el nuevo siglo, sumido en la más absoluta pobreza. Tenía solo cuarenta y seis años.
Cuesta imaginar que la homosexualidad haya sido considerada delito alguna vez, especialmente en estos tiempos en los que en casi todo el mundo se celebra el Mes del Orgullo Gay. No cabe duda de que Wilde fue víctima de la cerrazón mental de su tiempo, cerrazón que duró bastante más de lo aceptable y que, por lo visto, no respetaba procedencias ni talentos (véase también el caso de Federico García Lorca).
No es mi intención hacer de este artículo una pieza de crítica literaria. Tampoco pretendo hacerlo pasar por una reseña biográfica del célebre autor dublinés, pues las hay de sobra. Mi único propósito es compartir con los lectores de este medio un poco de la genialidad de uno de los más grandes escritores que ha dado la literatura de habla inglesa. Y para ello, no encuentro mejor manera que citarlo.
Las diez mejores frases de Oscar Wilde (según mi humilde opinión):[3]
- «Los ingleses tienen tres cosas de las que mostrarse orgullosos: El té, el whisky y un escritor como yo. Pero resulta que el té es chino; el whisky, escocés; y yo, irlandés».
- «Perdona siempre a tus enemigos: nada les molestará más».
- «Cada vez que la gente está de acuerdo conmigo, siento que me estoy equivocando».
- «La educación es una cosa admirable, pero es bueno recordar cada tanto que nada que realmente valga la pena saberse puede ser enseñado».
- «Es absurdo dividir a la gente entre buena o mala: la gente o es encantadora o es tediosa».
- «Vivimos en una época en que las cosas innecesarias son nuestras únicas necesidades».
- «Solo podemos dar una opinión imparcial sobre las cosas que no nos interesan».
- «No voy a dejar de hablarle solo porque no me esté escuchando. Me gusta escucharme a mí mismo. Es uno de mis mayores placeres. A menudo, mantengo largas conversaciones conmigo mismo, y soy tan inteligente que a veces no entiendo ni una palabra de lo que digo».
- «Cualquiera puede simpatizar con las penas de un amigo, simpatizar con sus éxitos requiere una naturaleza delicadísima».
- «En la vida hay que ser siempre un poco improbable».
[1] Frivolidad entendida como una manera más de épater le bourgeois. La crítica a la burguesía victoriana está presente de una u otra forma en toda la obra de Wilde, aunque podríamos decir que se concentra en su ensayo El alma del hombre bajo el socialismo, publicado en 1891; en él, postula un modelo de sociedad afín al socialismo libertario, en el cual el individuo, al tener resueltas sus necesidades básicas (entre otras cosas, gracias a la tecnología), podrá dedicarse plenamente a desarrollar su espíritu y su intelecto.
[2] En la mayoría de sus ensayos, Wilde deja en claro cuáles eran sus posiciones estéticas. Esas posiciones, no obstante, se encuentran sintetizadas en el prefacio de la novela mencionada (por cierto, la única que escribió, por cierto). Aquel que lo desee puede leerlo aquí.
[3] Las frases de Oscar Wilde aquí elegidas fueron extraídas del libro Aforismos, publicado por Editorial Renacimiento en 2019.
Crédito de la imagen: Biografía.org