Sentada en la ventana de los miles de recuerdos,
la luna comienza majestuosa
cantando algo de opera
sigo en silencio postrada,
casi recostada en la almohada del extrañarte;
juegos amargos
aparecen enfrente de mis ojos,
quiero esconderme
pero es inútil
para no desahuciar una puerta que sólo cruje cuando está cerrada.
Estoy viendo como los rayos de la luna
tocan suavemente a las nubes nocturnas
que amenazan con dejar caer cantaros de fertilidad sobre los suelos fríos de acero
y están maquillados de asfalto.
Descubro
con un bostezo que me invita a conciliar la tertulia con Morfeo,
que ahora están danzando las nubes con las estrellas,
pero,
despierto con un brinco
y le pregunto a esa estrella reluciente
-¿a qué juegan?-
pero el canto de los pájaros resuena.
Me detengo.
Y no logro comprender porque se escuchan las notas de aquellos cantores en plena noche.
Y al final de dicho concierto
una mariposa me deja en la ventana de los miles de recuerdos,
un pequeño letrero
que dice
–aventurarte en lo incierto, pues ese es el significado de cada sonrisa mostrada en el cielo-