Llevo casi un mes teniendo que redactar este primer capítulo de «Mujeres de las que no escuché en mis clases de Historia». Detesto sentarme a escribir por primera vez, me convierto en la emperatriz de la procrastinación. De golpe, todo lo demás es importante, urgente. Descubro ropa por remendar, rincones de mi casa llenos de pelusas, rutinas de ejercicios que empezar (así de grave es) o diversos temas sobre los que investigar.
Dedico gran parte de mi vida a hablar de historia y de mujeres. Me sale natural, es mi trabajo, me interesa, me apasiona; pero tenía que elegir una mujer para empezar, y llegó el derrumbe. ¿Por dónde (o por cuál) se empieza? Por el principio. Lilith, entonces, o Eva, o Pandora, supongo que depende de qué principio vayamos a elegir. Ok, pero ninguna de las tres es real.
¿El principio de las mujeres o la primera históricamente relevante? ¿La primera relevante para la lucha de las mujeres por una página en la historia (la primera «feminista» por decirlo de alguna forma, aunque no esté de acuerdo con la categorización para este caso)? Y ahí me di cuenta… ¡qué poco sé sobre el amor cortés y los trovadores en las cortes de la Europa medieval! Cómo llegué hasta ahí, no lo sé; pero se me fue una tarde poniéndome al día con este saber aparentemente impostergable.
Tenía 17 nombres en un papel, todas mujeres importantes, todas «la primera sobre la cual, sin duda, tenía que tratar» por algún motivo. Estaba por darme por vencida (o por darme cuenta de que hay otro saber urgente que no tengo), cuando pasó algo que me reveló lo obvio.
Por si alguno de los lectores vive en un termo y no sabe esto, Alberto Fernández, estuvo de gira (expresión que siempre me sonó rara para hablar de políticos) por Europa y pasó por París (ciudad que me adoptó hace ya 7 años). Como dicta el protocolo, intercambió regalos con Emmanuel Macron (por si el termo es muy profundo, el presidente de la República Francesa). El presente para Alberto era un libro sobre la vida de Simone Veil, con una dedicatoria en la que lo felicitaba por haber logrado lo que había prometido en campaña: que el aborto legal, seguro y gratuito fuera ley. Y ahí se encontraba mi obviedad. Simone Veil no estaba en mi lista, y quizás no fue la primera feminista, o la primera en aparecer en libros sagrados como primera mujer; pero fue MI PRIMERA. Su historia fue esa que me hizo clic, la que me llevó a investigar más sobre las mujeres de las que no escuché en el colegio o en las universidades, la primera que me llevó al razonamiento: «Si hubiera sido hombre, ¿estaría escuchando su nombre por primera vez a esta edad?».
¿Quién era Simone Veil? ¿Qué hizo de su vida para que los franceses armaran revuelo el día que murió? Y ¿cómo se convirtió en un «gran hombre» de la patria? (Prometo volver sobre esto de ‘gran hombre’ más adelante en la historia)
Simone Veil nació como Simone Annie Jacob en el seno de una familia judía el 13 de julio de 1927, en la ciudad de Niza, al sur de Francia, en una época en la que la religión no era un dato menor. Cuando estaba a punto de cumplir los 13 años, en junio de 1940 y tras la caída de París en el marco de la IIGM, el mariscal Phillippe Pétain firma el armisticio con la Alemania Nazi y se instaura el «régimen de Vichy» en la «zona libre» (el sur) de Francia, un Gobierno colaboracionista y títere de los nazis, quienes quedan al mando de la «zona ocupada» (el norte). La familia de Simone evita ser deportada, pero se separa por un tiempo para impedir persecuciones.
En 1944 la región pierde la poca «autonomía» que le quedaba, y la Alemania nazi ocupa toda Francia, intensificando las medidas en contra de los judíos del sur. Es entonces cuando la familia Jacob es capturada y, tanto ella (de 16 años en aquel momento) como su madre y sus hermanas son enviadas al campo de Drancy, para más tarde pasar al campo de concentración de Auschwitz-Birkenau, donde (no se sabe si, mintiendo sobre su edad o por la «bondad» de una de las captoras que la creía muy bella para morir) evita la cámara de gas y es enviada a la zona de campos de trabajo.
Su padre (André) y su hermano (Jean) son enviados a campos en los países bálticos y nunca más se vuelven a ver, ya que fallecen en Lituania. Nueve meses después de haber llegado a Auschwitz, en enero de 1945, Simone, una de sus hermanas y su madre son enviadas en «la marcha de la muerte» al campo de Mauthausen y más tarde en una segunda a Bergen-Belsen (mismo donde Ana Frank y su hermana mueren, en febrero del 45); pero su madre (Yvonne) muere de tifus en el campo, antes de que este fuera liberado el 15 de abril de 1945.
Liberado el campo, vuelve a Francia, donde comienza a estudiar Derecho, y en la Universidad de Science-Po (de las más reputadas en el ámbito de Francia) es donde conoce a quien se convertirá en su marido en 1946, con quien tendrá 3 hijos y pasará 67 años, hasta la muerte de él en 2013.
Terminada la carrera de Derecho, ejerce un muy corto tiempo como abogada antes de renunciar y realizar el examen para entrar a la magistratura. En 1954 aprueba, y ahí comienza una carrera política maratónica e ilustre.
Llegó a ser jueza, y asesoró a sucesivos ministros de Justicia. En 1970 se convierte en la primera mujer en ser elegida como secretaria general del Consejo Superior de la Magistratura. En 1974 se convierte en ministra de Sanidad de Francia; ese mismo año consigue que los anticonceptivos pasen a ser subvencionados, ya que la Seguridad Social nos los cubría; un año más tarde, en enero de 1975, y pese a los férreos ataques hacia ella y su familia, logra que se promulgue la ‘Loi Veil’ (Ley Veil), que legaliza el aborto en Francia. En 1979 encabeza la lista de su partido en las primeras elecciones directas al Parlamento Europeo (muy de más está decir, que gana esas elecciones). Se convierte entonces en la primera presidenta de una Eurocámara votada en sufragio directo y la primera mujer en ocupar el cargo más alto de una institución de la UE. Presidió, además, la Comisión de Asuntos Jurídicos y fue miembro de las Comisiones de Medio Ambiente, Asuntos Exteriores y Seguridad y de la Subcomisión de Derechos Humanos, a lo que hay que añadir su labor dentro de la Comisión Especial sobre la Reunificación Alemana, creada en 1990. En 1993, después de 14 años en el Parlamento Europeo, vuelve a la vida política francesa. Fue ministra de Estado y Ministra de Sanidad y Asuntos Sociales; en 1998 fue nombrada miembro del Consejo Constitucional de Francia. De 2001 a 2007 se convierte en la primera presidenta de la Fundación para la Memoria de la Shoá y en 2008 es elegida como miembro de la Academia Francesa (una de las poquísimas mujeres en lograrlo). Simone Veil hizo grabar tres cosas en la espada ceremonial que se le entregó: 78651 (su número de prisionera de Auschwitz), «Libertad, Igualdad y Fraternidad» (lema de la República francesa) y «Unidos en la Diversidad» (el lema de la Unión Europea).
Falleció en París el 30 de junio de 2017, días antes de cumplir 90. Fue una incansable luchadora por los derechos de los inmigrantes, las mujeres, la comunidad judía y la situación de los presos, con un compromiso histórico para la unidad de Europa. Recibió, en vida, títulos honoríficos de 18 universidades de todo el mundo, y premios y reconocimientos de todo tipo, incluyendo la Gran Cruz de la Legión de Honor francesa y el premio Carlomagno de la UE. También fue nombrada Dama Honoraria de la Orden del Imperio Británico.
El 1.o de julio de 2018, se trasladaron sus restos al Panteón Francés, siendo la 5.ta mujer en lograrlo de la Historia (hombres, hay más de 70). En la puerta del panteón, todavía puede leerse: «A Los Grandes Hombres, La Patria Agradecida», pero eso es para otro capítulo.
Crédito de la imagen: Embajada de Francia en Lima: https://pe.ambafrance.org/Simone-Veil-entro-al-Pantheon.