Cada historiador tiene su librito, y cada uno, una explicación a los vacíos existenciales que presentan algunas etapas. Parece haber consenso en que el problema de hablar de «historia americana “precolombina”» (siempre tuve muchos inconvenientes con el término, ¿acaso es Colón el Cristo de América?) es la falta de tradición escrita (éramos más de tradición oral), o muchas veces la falta de medios para interpretar lo que sí se ha encontrado y ha sobrevivido a destrucciones varias, estilos más pictográficos. Estaríamos echando un poco en falta «la piedra Roseta sudaca».
Ahora bien; este verano estuve en San Luis. Por si alguien no se paseó por esta zona aún, les cuento que, en La Punta, hay una réplica del Cabildo y de la Casa de Tucumán. En el interior del primero encontramos (algo que me sorprendió, aplaudo con entusiasmo, pero que tristemente es novedoso) salas especiales que recuerdan a pueblos originarios y a las mujeres ilustres que habitaron el territorio provincial. Encontré ahí parte de la historia de Juana Coslay, que en realidad es Koslay, que en realidad no era Juana.
Recuerdo haber pensado la primera vez que escuché hablar de Juana Koslay (en rigor a la verdad no fue hace mucho): «es como Pocahontas, pero de acá», y de darme cuenta rápidamente que la información sobre ella era escasa y confusa. ¿Por qué? Simple: porque nació a finales del siglo XVI, en lo que hoy es territorio de San Luis (que por entonces no era San Luis, ni Argentina era Argentina), aborigen, y mujer. La verdad es que el problema no viene tanto por lo de la época o la latitud (hay hombres no muy lejanos en el tiempo y el espacio de los que sabemos hasta el número de calzado), sino por lo de fémina y originaria.
«La Historia la cuentan los vencedores», pocas veces tan cierto como en el caso de nuestras tierras, y doblemente si de nuestras tierras lo que queremos buscar es información de una mujer. Resulta que quienes escribieron los certificados de nacimiento, defunción, matrimonio, bautismo y demás por estos lares, y en el caso de San Luis, hasta principios del siglo XVIII fueron los españoles. A partir de 1700 pasó a ser potestad de la Iglesia, que (no) es lo mismo, pero es local. Tengan en cuenta, a partir de ahora y para el resto del relato, que lo que conocemos a ciencia cierta es solo una parte, y lo que nos rellena los huecos es leyenda (muchas veces, más fiel y cercana a la verdad que la historia oficial).
Juana Coslay no nació ni Juana ni Coslay. Nació como Arozena Koslay; o Arosena, o Arocena, dependiendo la fuente que se consulte (así de perdidos estamos en algunas cosas), a finales del siglo XVI. Treinta años más, treinta años menos; ya que de haber nacido en el año que se cuenta (1594), hubiera parido a sus hijos cerca de los 60, y estamos todos de acuerdo en que eso es por demás raro. Hija mayor del cacique michilingüe Cabeytú Koslay. Su papá (de su madre no hay registros) y su tribu la prepararon e instruyeron desde pequeña para un día heredar las tierras y el liderazgo.
Todos los registros y las leyendas a continuación cuentan lo mismo: que era muy hermosa y llamativa, inteligente (educada en los saberes de su pueblo, además) y de mucho carácter; que llegaron los españoles, conquistaron y por medio de una alianza se celebró una boda entre ella, heredera de lo local, y un oficial español, Juan Gómez Isleño; que se le cambió el nombre (que Arozena no era muy español, vamos), y que, si el marido era Juan, Juana ella será. El rey de la época (Felipe IV) le otorga un título nobiliario (el honroso título de «Señora de Primera Clase»), ya que eso se hacía con los caciques cristianizados. Tuvieron hijos. Se dedicó a la enseñanza, y eventualmente murió, dejando un linaje que entremezcla locales y conquistadores, deviniendo en apellidos y próceres reconocidos de la zona (incluyendo a Juan Pascual Pringles).
A todas luces, la historia de Juana se vende como la de «la india que conquistó al conquistador», y es en esto, donde nacen y radican mis objeciones. Nació y se crio libre para liderar a su pueblo; pero no hay registros (ni leyendas) de que fuera ella quien eligió el matrimonio, algo normal, de todas formas, en las mujeres de toda clase, color, religión y procedencia de la época. Se habla de secuestro por parte de colonos, o de alianza de mutuo acuerdo con los michilingües. La bautizaron y le dieron un nombre nuevo (Juana) y un apellido, ya que Koslay se convierte en Coslay porque en la mayor parte de las lenguas romances, la k es virtualmente inexistente en origen (con excepción de la palabra kilo, que viene del griego y significa ‘mil’, y siempre fue práctica como medida). La boda se celebró en la religión católica, que le era completamente ajena, de más está decir. Inevitablemente, me pregunto ¿cuánto habrá entendido de todo eso que estaba pasando?
¿Por qué escribo hoy sobre esta mujer y no sobre otra de la que se sabe absolutamente todo? ¿Por qué nos preocupamos en desenterrar historia y buscar datos? Porque, en mi opinión, para saber a dónde vamos, es importante saber y entender de dónde venimos. Dacia Maraini, escritora italiana, afirmó que «las mujeres, cuando mueren, lo hacen para siempre, sometidas al doble fin, de la carne y el olvido». Sobre la carne no puedo hacer nada, pero sobre el olvido me (nos) queda mucho por andar.
Crédito de la ilustración: No identificado. Fotografía: Municipalidad de Juana Koslay, San Luis, Argentina.
Es interesante la historia de Juana Koslay. A seguir investigando