Sin sentido
Once upon a time, unos gringos que vinieron de la guerra de Vietnam fomentaron el negocio de los cultivos de marihuana en la Sierra Nevada de Santa Marta al Norte de Colombia, cuando se creó un mercado de droga en USA. Entonces las autoridades de USA creyeron acabar con el problema del consumo de drogas cortando de raíz el suministro e impusieron una política represiva que creó en los años siguientes grandes mafias de la droga las cuales han venido extendiendo el negocio y haciendo migrar los cultivos de una región a otra según la represión establecida: Bolivia a Perú, Perú a Colombia, Colombia a Bolivia y Bolivia de nuevo a Colombia, por espacio de 30 años, sin que disminuya un ápice el problema, ya que importantes sectores de la sociedad Norteamericana y del mundo entero, hoy en día, la consumen consuetudinariamente en sus reuniones de altos ejecutivos.
Entonces el problema parece esconderse achacándolo a los pobres y paupérrimos cultivadores de los Andes suramericanos que no tienen otra fuente de trabajo ni de vida, ya que, como en el caso de Colombia, viven marginados en un país que no tiene presencia institucional en amplios sectores de su geografía, vacío de poder que tradicionalmente ha sido llenado por gamonales de turno, familias de ancestro español que dominaron múltiples regiones, la guerrilla izquierdista que se constituyò en poder sustituto, o los paramilitares, que fueron organizados por sectores del ejército, del Departamento Administrativo de Seguridad o DAS, con la venia de los tradicionales gamonales ganaderos y de los para-políticos, o políticos que se han servido de los paramilitares para serlo.
Entonces mediante esa política impositiva de USA, Colombia ha venido controlando el cultivo de coca mediante aspersiones sobre los cultivos ilícitos desde alturas de por lo menos 50 metros, trabajo realizado en muchos casos por mercenarios aviadores al servicio de compañías norteamericanas directamente y sin el control del gobierno colombiano, según lo denuncia Germán Castro Caicedo en su libro Las Guerras Ajenas, publicado hacia el año de 2014 y que misteriosamente no fue comentado en la prensa colombiana.
Estas fumigaciones y aspersiones se han realizado rodeadas de gran secretismo, sin tener en cuenta la opinión de los propios habitantes de las zonas de cultivos, y se han justificado según la opinión interesada del propio Gobierno de los Estados Unidos, para quien, según el secretario de Estado Adjunto, Antony Blinden en este año de 2015,”El herbicida es seguro y efectivo, razón por la cual se utiliza en todo el mundo, incluyendo todos los estados de su país. …Dudo de que el Gobierno colombiano lo utilizaría si no estuviera convencido de que se trata de un agente seguro y efectivo”. Añade el diario El País de Cali que lo que no se especificó nunca es que dicho herbicida se emplea en USA y Europa directamente sobre los cultivos, desde alturas de 10 metros, cumpliendo protocolos de salubridad específicos, estableciendo la ausencia de seres vivos durante un período de tiempo, mientras que en Colombia se extiende el herbicida por encima de las cabezas de los habitantes de la región, de animales y de sus cultivos de pan coger, sin avisar siquiera y utilizando aspersiones aéreas indiscriminadas que anulan cualquier cultivo y se expanden, según el viento circulante, debido a la altura de su caída..
Desde hace por lo menos 25 a 30 años ecologistas colombianos como Andrés Hurtado cuestionaron el glifosato, alegando que eran testigos, según sus estudios y experiencias , de que causaba problemas en la salud de las comunidades de campesinos cuyos cultivos eran rociados y, en el año 2008, las aspersiones de glifosato junto a la frontera con Ecuador causaron un litigio con el vecino país, el cual se resolvió ante la Corte Internacional de Justicia de la Haya, mediante el pago de una indemnización de 15 millones de dólares en el año de 2013 como indemnización a los campesinos ecuatorianos afectados en su salud y bienes muebles y el compromiso de no fumigar mas en la frontera,
Sucedió entonces que en las conversaciones de paz que se llevan en la Habana, las FARC pidieron la suspensión de las aspersiones de glifosato y el Gobierno colombiano pareció que siguió su pedido cuando el Ministro de Salud Alejandro Gaviria expidió un pedido al Presidente para eliminarlas alegando que las entidades internacionales IARC, Agencia Internacional para la Reinvestigación en Cáncer y la OMS, la Organización Mundial de la Salud, consideran el glifosato riesgoso para el cáncer. Igualmente para la época se conoció un estudio de la Universidad de los Andes en donde se establece que el glifosato aumenta riesgo y probabilidades de producir enfermedades de la piel y abortos.
Entonces allí fue Troya. El Procurador Alejandro Ordóñez, como vocero religioso-político del Partido Conservador, seguidor de la secta católica de Lefevre y enemigo de las Conversaciones de Paz con las FARC, alegó que con esa medida se inundaría el país de coca y ello favorecería a las FARC, y entonces procedió a demandar la medida. Junto a esta voz se sumó el partido derechista del ex-presidente Uribe, el Centro Democrático, enemigo de las FARC y en cuyo gobierno se dio el fenómeno del paramilitarismo, fomentado y apoyado por un sector de la clase dirigente y dominante del Departamento de Córdoba y de otros sectores de la Costa, donde el inefable ex-presidente Uribe tiene su finca del Ubérrimo y que cuenta con un sector de la sociedad que considera que las FARC se deben batir como a unas alimañas y que Uribe representa un factor de estabilidad y de orden en medio de una sociedad permisiva y caótica, es decir pecadora, y de quien Uribe es el Salvador y Mesías. Es decir que se halla planteada una pelea eterna y religiosa, como en la antigua religión persa o iraniana, del Mazdeismo, entre las fuerzas del Mal y la oscuridad de Arimán, contra las fuerzas del bien comandadas por Ormus o Aura Masda que poseen la verdad revelada. En esta pelea desigual, Uribe y sus huestes de derecha se consideran obviamente el Ormus colombiano.