¿Te diste cuenta de que hay gente tan complaciente que es capaz de aceptar cualquier proyecto, cualquier idea o cualquier favor que le pidan con tal de satisfacer a otros? Bueno, esa gente más de una vez habrá querido decir «no», pero no se animó por miedo a que lo consideraran una persona egoísta o poco solidaria. Grave error. Muchas veces es necesario decir «no». Sobre todo, si queremos tomar mejores decisiones u ocupar mejor nuestro tiempo para lo que sea que queramos ocuparlo, incluso, para cumplir con otros compromisos de los cuales ya no podemos escapar. Pero hay mucho más girando en torno a esto. Mucho más…
Bring out de rebel in me
En cada uno de nosotros habita una pequeña voz que se niega a acatar ciertas consignas y se rebela. No sabemos cómo surge, pero en ocasiones, aunque tengamos miedo y nos demos cuenta del peligro, una fuerza desconocida tira de nuestras conciencias y nos hace ver lo que no es negociable y no queremos ni podemos aceptar. No lo aprendimos en la escuela, ni mucho menos de nuestros padres, pero ahí está, como un muro invisible que nos recuerda cuáles son nuestros límites.
Es que el ser humano tiene la capacidad de indignarse cuando alguien intenta humillarlo, explotarlo o maltratarlo, es decir, cuando su sistema de valores se ve amenazado de algún modo. Algunos dicen que esto no es más que una cuestión de ego y, por lo tanto, cualquier intento de preservación no sería otra cosa que egocentrismo «disfrazado». Nada más erróneo. El resguardo de la identidad personal es un proceso natural y saludable. Detrás del ego que criticamos está el yo que vive y siente, pero también está el yo herido, el yo que exige respeto, el yo que no quiere someterse, el yo humano: el yo digno. Una cosa es el egoísmo común y silvestre, tan parecido al engreimiento inaguantable del que «se las sabe todas» y otra cosa muy distinta la autoafirmación y la mejora de nuestro ser más profundo.
Cuando una mujer decide responder al maltrato verbal de su marido, cuando un adolescente expresa su desacuerdo ante un castigo que considera injusto o cuando un empleado cuestiona la actitud agresiva de su jefe, estamos ante actos de dignidad personal que engrandecen a toda la especie.
Del mismo modo, cuando señalamos la conducta desleal de un amigo o rechazamos la manipulación de los oportunistas, no estamos alimentando el ego, sino reforzando nuestra condición humana.
El problema es que no siempre somos capaces de actuar así. Por lo general, decimos «sí», cuando queremos decir «no» y de esa manera nos sometemos a situaciones indignas o nos exponemos a personas claramente abusivas, pudiendo evitarlas. ¿Quién no se ha reprochado alguna vez un silencio cómplice, un acatamiento indebido o una sonrisa condescendiente? ¿Quién no se ha mirado alguna vez al espejo tratando de perdonarse por no haber dicho lo que en verdad pensaba? ¿Quién no se ha indignado ante un insulto y, al mismo tiempo, sintió miedo de enfrentar al que lo insultaba?
Un gran porcentaje de la población mundial tiene dificultades para expresar sus verdaderos sentimientos ante situaciones de vulnerabilidad extrema, como, por ejemplo, tener una pareja desconsiderada o un amigo «aprovechador» y no hacer nada al respecto. Pero esto tiene que cambiar, ¿no crees?
Cuidado con los aprovechadores
Si examinamos nuestras relaciones interpersonales detalladamente, veremos que no estamos totalmente a salvo del abuso. Aunque intentemos minimizar la cuestión, casi todos tenemos uno o dos aprovechadores en nuestras vidas. Con esto no quiero decir que debemos ponernos paranoicos y mantenernos a la defensiva las veinticuatro horas (la gente no es tan mala como creemos), sino que cualquiera puede ser víctima de la manipulación.
La manipulación psicológica aparece cuando los aprovechadores encuentran un terreno fértil donde obtener sus beneficios, o sea, cuando encuentran una persona incapaz de hacerles frente. Es por eso por lo que los sumisos atraen a los abusivos como el polen a las abejas.
De alguna manera, los individuos aprovechadores y desconsiderados detectan a los mansos y dependientes, los desnudan en el cara a cara, los detectan por la mirada, por el tono de voz, por la postura, por los gestos conciliadores y la amabilidad excesiva. Los localizan, los ponen en la mira y, ¡pum!, disparan. Insisto, no pretendo que dejes de creer en la humanidad, sino que adoptes una actitud más prudente.
¿Por qué no nos sublevamos?
Entonces, ¿por qué nos cuesta tanto ser firmes con lo que pensamos y sentimos? ¿Por qué, en ocasiones, sabiendo que estamos ignorando nuestros propios códigos éticos, nos paralizamos y dejamos que se aprovechen de nosotros o nos falten al respeto? ¿Por qué seguimos soportando los agravios? ¿Por qué decimos lo que no queremos decir y hacemos lo que no queremos hacer? ¿Por qué nos callamos cuando debemos hablar? ¿Por qué nos sentimos culpables cuando hacemos valer nuestros derechos?
Cada vez que agachamos la cabeza, nos sometemos o accedemos a peticiones irracionales, le damos un duro golpe a la autoestima: nos flagelamos. Y aunque quedemos bien parados por momentos, nos queda la vergüenza de haber permitido que traspasaran la barrera del amor propio, la culpa de haber sido un traidor de nuestras propias causas. Ni siquiera los reproches que después nos hagamos nos van a librar de esa aguda sensación de fracaso.
Ahora te pregunto, ¿es tan importante la opinión de los demás que preferimos conciliar con el provocador a salvar el amor propio, o será que los condicionamientos sociales pueden más que la autoestima? Y no me refiero a esas situaciones en las que nuestra seguridad personal (o la de nuestros seres queridos) esté realmente en peligro, sino a aquellas otras en las que no existe riesgo real, y, pese a ello, huimos.
Cuando exigimos respeto, estamos evitando que nuestro yo se debilite. En ese largo proceso de aprender a querernos a nosotros mismos, debemos poner, junto al concepto de autoestima, el concepto de «autorrespeto», es decir, esa ética personal que nos ayuda a separar lo negociable de lo no negociable.
Pero te tengo buenas noticias. Hay una zona intermedia entre la sumisión obsecuente y la agresión enfermiza en la que podremos reconocernos como seres individuales sin ser individualistas, en la que podremos cuidarnos a nosotros mismos sin descuidar a los demás y en la que podremos crear salud mental aprendiendo a expresar apropiadamente lo que pensamos y sentimos. ¿Quieres saber de qué estoy hablando? Bien, te lo diré.
Asertividad: entre la sumisión y la violencia
Con la palabra asertividad definimos a la capacidad de ejercer y defender nuestros derechos particulares sin violar los ajenos, por ejemplo, decir «no», expresar diferencias, dar una opinión contraria o no dejarse manipular.
Cuando hablamos de asertividad hablamos de libertad emocional y de expresión, de una manera de aliviar nuestro sistema de procesamiento y hacerlo más ligero y efectivo. Las personas que practican la conducta asertiva son más seguras de sí mismas, más tranquilas a la hora de amar y más transparentes y fluidas en la comunicación, además, no necesitan recurrir tanto al perdón porque, al ser honestas y directas, evitan que el rencor eche raíces.
Por lo tanto, decimos que una persona es asertiva cuando es capaz de defender sus derechos personales sin dejarse manipular, como hace el sumiso, y sin manipular ni violar los derechos de los demás, como hace el violento.
Entre la ceguera de los que piensan que el fin justifica los medios y la queja llorona de los que son incapaces de manifestar sus sentimientos y pensamientos, está el que sigue una conducta asertiva, que se caracteriza por ser una conducta equilibrada, como el camino del medio del cual hablaron (y por el cual incluso transitaron) Buda y Aristóteles, una conducta en la que se integra positivamente la perseverancia de quienes pretenden alcanzar sus metas con la buena predisposición a respetar a los otros, pero sin dejar de respetarse a uno mismo.
Más vale un «no» pronunciado a tiempo que cien situaciones conflictivas volando
Siendo asertivo, en poco tiempo conseguirás resultados sorprendentes. Recuerda que un «no» pronunciado a tiempo evitará malentendidos, discusiones, estrés y mal humor, pues, además de ayudarte a esclarecer las cosas, te proporcionará un mejor entendimiento de las situaciones y, lo más importante, te hará generar más confianza y aceptación. Siendo asertivo, en definitiva, harás que tu vida sea más fácil, serás más respetado, y nadie volverá a aprovecharse de ti. Ya lo sabes, di «no» cuando tengas que decirlo, y haz de ese ejercicio un verdadero arte.