Por Maximiliano Reimondi | Argentina
“Ante todo es necesario cuidar del alma si se quiere que la cabeza y el resto del cuerpo funcionen correctamente” (Platón)
El 21 de junio de 1900, en el barrio Alberdi de Rosario, sucedió algo muy extraño. Era una fría noche y las nubes descendieron en todo el barrio. Provocaron una niebla azul.
Los automovilistas se negaron a internarse en el barrio. Esa noche, Catalino Guerra, el mozo del bar “El Mejor”, tuvo que caminar varias cuadras para llegar a su casa de la calle Rondeau.
La primera cuadra la recorrió con cierta tranquilidad pero después tuvo miedo. Guerra oyó risas y gritos. Corrió para alejarse de ellos hasta que se dio cuenta de que provenían de él mismo.
Continuó caminando pero no veía nada. Tuvo la suerte de cruzarse con un ciego que profetizaba en voz alta:
-El fin del mundo ya viene…Dame tu alma y serás salvo…
Guerra consultó:
-¿Esta es la calle Rondeau? Yo vivo al lado de Robechi, frente a la peluquería de Pancho Spoto.
-No, esta es Alberdi. Siga adelante. Faltan veinte cuadras.
-Muchas gracias. Me falta mucho.
El mozo caminó hasta una plaza. La cruzó y se perdió nuevamente. Se arrojó al suelo y permaneció en silencio. A su lado se abrió una alcantarilla y una cabeza de mujer apareció desde las profundidades. El mozo reconoció con espanto la figura deformada de esa chica ciega.
-No se asuste, señor. Me llamo Malena, estoy ciega y no puedo cantar un tango que escribí. Me sacaron el alma.
-Me perdí-dijo Guerra.
Malena lo agarró de un zapato y lo hizo volar diez cuadras. Cuando estaba por entrar a su casa, oyó risas de mujeres y adivinó unas sombras que saltaban con paso de tango: un dúo de putas llevaba en andas a un cafisho. Lo tiraron en la vereda y se fueron cantando “Adiós, pampa mía”.
El hombre empezó a toser y a llorar.
-¿Es usted Guerra? Dígame si estoy ciego. Me llamo Justo Venteveo.
Catalino no contestó. El hombre comenzó a recitar:
-Oh, pensar que esas damiselas me robaron el alma y soy un desalmado ciego. Pensar que en este momento están naciendo niños que no ven, con un alma que perderán en el transcurso de esta vida de mierda. Las que me robaron el alma ya murieron porque perdieron la esperanza. La niebla azul me dice que usted está en peligro.
Guerra entró rápido a su casa. Cuando encendió las luces lo saludó un griterío enloquecedor:
-¡Guerra!…¡Guerra!
Eran varias nubes azules que lo rodearon y le mostraron unos colmillos relucientes. Estas le gritaron:
-¡Qué lindo mozo que sos! Danos tu alma.
Catalino salió corriendo mientras emitía un aullido que se escuchó en toda la ciudad. No había nadie en la calle, excepto un lobo que parpadeaba al mirar la luz azul de la luna. Estaba sentado y dirigió una mirada turbia a Guerra.
La luna bajó de las nubes y aterrizó el Pastor David Moisés Fontanarrosa, que estaba hablando con Dios en su celular viejo. Cortó la llamada y tomó varios tragos de un vino mistela que llevaba en la mano. Esperó unos minutos y oró en voz alta:
-Lo desconocido para el hombre es lo conocido para Dios. El cielo es lo mismo que América antes de la colonización. Las almas mueren porque la muerte ahorca a la vida desalmada. La idea de los desalmados es la ceguera espiritual. El día del Señor está viniendo como un temporal: las nubes bajarán de los cielos, caerá una niebla azul y las almas serán robadas para siempre. Porque los santos verán a los desalmados.
Catalino Guerra se desmayó por un rato largo. Soñó que las nubes azules le arrancaban el alma a dentelladas feroces y no pudo reaccionar. Nunca más despertó.