El soñar es algo natural y cotidiano, aunque no logro recordar un gran porcentaje de mis sueños. Tampoco les otorgo la vital importancia que personajes como Freud le dieron en el pasado, ya que no considero relevante el tener que descifrar mensajes inconscientes ocultos ni premoniciones acerca del futuro en ellos.
Aun así, la semana pasada tuve un sueño particular que logró salir de la posición de cotidianidad y superficialidad que usualmente me generan estos procesos oníricos.
Me encontraba en mi casa, tranquila, resguardada de todo peligro del mundo exterior. Caminaba por la sala de noche, en la búsqueda de algo por hacer, o tal vez de un acontecimiento extraordinario que rompa con la rutina diaria.
Nada. Seguí andando sin rumbo ni meta.
De pronto, un sonido proveniente del afuera captó mi atención. Se oía como algo salvaje, fuera de lo común en mi día a día. Me acerqué a la ventana con una mezcla de curiosidad y miedo. Y ahí lo vi: un espectáculo sin precedentes, digno de una película de comedia, o quizás de ciencia ficción.
Decenas de bestias salvajes marchaban por la calle. Rinocerontes, elefantes, ciervos, cebras.
Sus pasos acelerados hacían evidente el hecho de que acababan de escapar de su largo encierro de alguna manera y estaban ansiosos por probar su primer bocado de libertad después de mucho tiempo.
Siguieron marchando por la calle y mientras los seguía con la mirada logré observar desde la seguridad de mi hogar una escena aún más perturbadora que se estaba llevando a cabo en el jardín delantero, muy cerca de mí, ya que sólo un muro de ladrillos me separaba por unos metros de aquello que estaba viendo.
Un magnífico tigre de bengala, con su imponente tamaño y hermosura bestial, estaba haciendo uso de su asombrosa brutalidad sobre un desafortunado hombre que seguramente haya estado presente en la calle cuando se desencadenaron los hechos y ahora yacía muerto en el césped.
El animal lo devoraba de manera feroz, casi desesperada, como si hubiese estado esperando durante toda su vida el salir de su aprisionamiento para finalmente mostrar su verdadera naturaleza, su enorme poder, sus necesidades básicas negadas pero que ahora se podía permitir.
Hasta que en un momento desvió la atención de su banquete, levantó la mirada y la enfocó en mí, en la expresión estupefacta de mi rostro que seguía observando la escena con especial atención y temor. En ese preciso instante me di cuenta de que yo seguía, yo era la siguiente, a menos que hiciera algo para detenerlo.
Y ahí fue cuando me desperté. La sensación de incredulidad era avasallante y necesitaba darle una explicación a lo que recién había sucedido en mi mente, así que decidí adoptar el papel de mi propia psicoanalista por milésima vez. Luego de mucho meditar, concluí que yo era la bestia liberada, aguardando por mostrarse en todo su esplendor. Yo era el animal salvaje que había sido encarcelado durante años y moldeado para ser algo que iba en contra de su naturaleza. Yo era el ser a punto de atacar.
Y acá estoy, atacando.