Abuela era lo que estaba a punto de ser desde hacía casi nueve meses. Parece algo importante cuando tu hijo lo anuncia entre dos comisuras repletas de unos dientes que ya no va a querer ningún ratón porque tu hijo es adulto, casi padre. Un día desperté ante una madrugada, tan fría como tantas, con el teléfono en llamas: «Vamos para el hospital con cuatro centímetros de dilatación». Allí, a 12.000 km de mí, estaba a punto de nacer una persona. Una persona, otra, que no era mi hijo, ni su hermana, ni yo; era otro, mi nieto o nieta o niete, como gustan decir ahora aquelles que no piensan en trasfondos, pero sí mucho en formas.
Las personas carecemos de preparación «abuelística», creemos ser muy vivas porque nos dimos cuenta de que «nadie te enseña a ser madre», pero… ¡¿y a ser abuela?! Eso sí que no estaba en los planes de nadie, solamente en los planes del mandato, siempre tan obvio como oculto, tan firme como inevitable.
Lo primero que me viene a la cabeza es ¿cómo van a volver con un bebé y una episiotomía si viven en un decimocuarto piso y ayer el ascensor estaba roto? Tomo mi primera nota: que prácticas somos las abuelas. De repente habían pasado siete horas, y el teléfono vuelve a estallar cual incendio: «Llegó Ramón, todo está perfecto, pero aún no tiene reflejo de succión». ¿Cómo se ordenan los planetas para que un bebé sin reflejo de succión emprenda un régimen alimentario? ¡Se va a deshidratar! Tomo mi segunda nota: que catastróficas somos las abuelas.
No solo nadie te enseña a ser abuela, sino que, además, es como que jamás lo vas a aprender. Se intuye (y perdón por la redundancia) como algo eternamente intuitivo, da pavor, o, al menos, cierta aprensión. No hay manual, no existe libro en el mundo que hojear para aprenderse algo sobre el tema.
Se revela, también es verdad, el nuevo parentesco como inocuo. ¡¿Inocuo dije?! Si es inocuo, por qué no paro de llorar, de llorar a los gritos, si parezco Girondo, el Oliverio ese, sí…
Para mi tranquilidad, hay algo que aparece con total claridad: «a una abuela se la debe exculpar de todo». Gran sentencia y muy cierta.
Lo más cierto y secreto es que ser abuela es un puto mandato y no te habías dado cuenta, lo creías opcional, hasta que ese teléfono te dice que ya por fin lo sos. Has cumplido, menuda trampa.