Diálogo en un spa luego de un mal masaje a la protagonista, quien está estresada por su trabajo ejecutivo:
Winfried: ¿Eres Feliz?
Pausa y mirada de incredulidad
Inés: ¿Qué clase de pregunta es esa? Es una palabra muy fuerte ¿Qué es la felicidad?
Diálogo en una clase de seminario universitaria, luego de una discusión sobre la identidad, a partir de una escena de la película The Lobster:
Luisina: ¿Por qué se pregunta «quiénes somos» para responder a nuestras ocupaciones? Como si fuera eso todo lo que me representa.
Mercedes: ¿Quién sos? Soy feliz.
La conexión entre estos diálogos no es casual. La pregunta por la felicidad ha rondado las cabezas de los seres humanos como un fantasma al que aparentemente nadie ve hasta que se transforma en recuerdo. Pero esta es solamente una forma de verlo. Tal vez, mucho más cercana al primer diálogo que al segundo, ya que aquel habla sobre la base de una experiencia, una base para adjetivarla como «palabra fuerte» ¿Se le pueden incluir características a un sentimiento? No, pero se puede fetichizar un sentimiento convertido en un sustantivo, es decir, un objeto. Y digo que no porque, aunque considero que es una cuestión personal y subjetiva, también pienso que es imposible no compartirla con otros o a partir de otros, lo que la vuelve colectiva y, por lo tanto, fuera de mi alcance para encasillar. Sin embargo, la felicidad, como palabra artificial que designa un objeto, es, en mi opinión, un producto o un destino final en una sociedad capitalista donde constantemente estamos compitiendo por obtenerla. El primer diálogo habla en estos términos, mientras que el segundo plantea una identificación con un estado de ánimo, que no solo ocurre en el cerebro, sino en todo nuestro ser, todas esas partes que hemos separado en favor de comprender una estructura. Podemos ser felices, sentirnos felices, podemos actuar felices. Son todos verbos, por lo tanto, todas acciones, por lo tanto, puro movimiento. Endorfinas que sacuden y llegan a todos los lugares. Esa es una transformación química del cuerpo, donde se distribuye la hormona y en consecuencia se puede mutar el dolor físico. Pero ¿qué pasa con el dolor como otro estado de ánimo del cuerpo? ¿Es transformable? ¿Está separado de nuestro cuerpo físico?
Según Baricco, las mutaciones son dolorosas. Y yo creo que no podría estar más de acuerdo. Sin el dolor uno no puede metamorfosearse en bárbaro. Más que uno, en este caso, Inés. Ella, que desprecia el tiempo con sus familiares y odia cualquier actividad de su padre, actúa como si él fuera el bárbaro. El otro que no comprende lo sacro del trabajo y la vida del negocio que se estanca en una repetición de llamadas, frases y reuniones. El bárbaro que ha esperado tres horas para hacerle una jugarreta. El bárbaro que le dice al cliente de ella que contrata a una mujer para que sea su hija, cuando hace unos minutos el mismo personaje la había ignorado sobre su trabajo y la relegó a asistente de shopping. Ella no lo comprende y no quiere comprenderlo. Él quiere transformarla a su parecer. Y hasta ahora parece una relación binaria de sujetos diferenciados que podrían ser llevados a terapia y reducidos a problemas freudianos sobre relaciones que, como bien dice Braidotti, solo se construyen en base a una forma de familia falogocéntrica. Es decir, que toda gira al rededor del hecho de que son padre e hija, un hombre que quiere controlar a una mujer, heterosexuales. Pero esta película, no es parte de esta lectura unidireccional, más bien forma parte de lo multifacético. Su relación los transforma en personas que fingen no conocerse con el ingreso de Toni Erdmann a la ecuación. Luego, se transforma a colegas de trabajo en negocios empresariales, cuando el mismo se presenta como coach de vida que va a trabajar con el cliente de ella. Luego se presentan como embajador alemán y secretaria. Todas estas relaciones son diferentes en cuanto a luchas de poder, pero tienen la capacidad de cambio constantemente. Estas pequeñas acciones que mantienen en movimiento a Inés son parte de su dolorosa metamorfosis en bárbara o más a mi interés en feliz.
¿Qué expresión más original en el entendimiento popular del dolor que la muerte de alguien más? ¿Y qué acción más descriptiva del sentimiento del dolor que un funeral? Pues yo diría que los cambios más que esas dos construcciones. Pero en favor de este ensayo, voy a presentar el funeral como esa máxima expresión de dolor, porque allí es donde yo me he identificado. En un funeral se supone que uno debe estar llorando irremediablemente, o actuar de forma mecánica, pero esta última situación reproducida en el filme muestra una irreverencia.
Diálogo, luego de reírme de chistes de mis amigos, en el funeral de mi padre, con muchas personas que no veía hace mucho tiempo, sin mis hermanos y con mi madre fracturada:
Yo: ¿No le falto el respeto si me empiezo a reír? ¿Qué van a pensar todos si sonrió?
Tía Estrella: Tú puedes hacer lo que quieras. Él no es el que está sufriendo. Eres tú y por eso no le faltas el respeto.
Tía Andrea: Nadie preferiría verte triste. Y si alguien tiene un problema con el hecho de que seas feliz nunca conocieron a tu papá en toda su vida.
Acción, luego de un diálogo en el cual Winfried recuerda a una Inés joven y desearía que no pasara el tiempo en el funeral de la madre y abuela respectivamente:
Inés le saca los dientes falsos a su padre, luego agarra un sombrero viejo de su abuela y se los pone. Sonríe y contorsiona su cara. Se ríen juntos en el jardín.
La irreverencia que tienen en común estas situaciones es el hacer del tonto y el hacer reír. Acciones que parecen inmorales, que me definen y que definen a Inés y a Winfried como bárbaros. Acciones que también pueden transformar estados de ánimo y liberar nuevas energías. En química, las energías no se agotan o se eliminan, todo se transforma en otras energías. Ser feliz cuando todo lo que se conoce te dice que deberías estas sufriendo. Si la contemporaneidad es intempestiva, como la definió Roland Barthes, está fuera de tiempo y es vista por los no bárbaros como inoportuna. Es esquizofrénico, fuera de la realidad. Parece que siempre está fuera, pero también está dentro, es aquello que debería movernos. Ser feliz es una identidad tan estrafalaria, tan nómade, tan desvergonzada con la que me gustaría poder presentarme en los momentos más inoportunos. Y así, devenir, transformarme con ella.