Helidoro y Filonas, dos buenos amigos del autor de esta nota, se juntaron cierto día para charlar sobre diversas cuestiones de índole filosófica en la plazoleta Grenon, la cual está ubicada frente a una capilla jesuita del siglo XVI, la cual, a su vez, ubicada está en la ciudad de Córdoba.
Entre otras cosas, Helidoro le dijo a Filonas que había estado leyendo en los últimos días los tres primeros evangelios, y que, como el buen e irremediable cuestionador que era, no podía dejar de hacerle saber a su querido amigo algo que le resultó un tantito curioso sobre el Salvador de la Humanidad, a raíz de lo cual tuvo lugar el siguiente diálogo, transcripto ad litteram, según me lo refirió el mismo Helidoro en la tarde de ayer.
HELIDORO.— Sabemos (o suponemos) que Cristo fue divino, el Hijo de Dios, el Hijo del Hombre; sabemos (si es que los cuatro evangelios no nos mienten) que Cristo curó a ciegos con el solo hecho de escupirles en los ojos[1]; sabemos, a su vez, que curó leprosos, realizó exorcismos[2] y que «multiplicó» panes y peces[3] para alimentar a cuatro o cinco mil hombres, de todo lo cual, querido Filonas, puede deducirse tranquilamente que Cristo, en efecto, tenía un poder que iba más allá de lo humano, es decir, suprahumano o, como suele decirse, divino; pero resulta que, agonizando en la cruz, unas gentes pasaron por allí y, al verlo, le dijeron: «¡Bah! Tú que derribas el templo de Dios, y en tres días lo reedificas, sálvate a ti mismo, y desciende de la cruz»; y otros dijeron: «A otros salvó, [pero] a sí mismo no se puede salvar»[4].
FILONAS.— Pero esos eran aquellos que lo odiaban, mi amado Helidoro.
HELIDORO.— Lo cual no invalida ese comentario y/o reproche bastante irónico y ácido, pues cierto es: ¿por qué un hombre que fue capaz de hacer todos esos milagros no pudo descender de una cruz?
FILONAS.— Quizás porque tenía clavos en pies y manos, ¿no?
HELIDORO.— En efecto. Empero, tengamos en cuenta que las limitaciones físicas no constituyeron imposibilidad alguna para Cristo, puesto que fue él quien muy fácilmente sanó a un paralítico[5] y caminó sobre las aguas[6] con la misma facilidad. Ahora bien, cabe preguntarse, Filonas, si acaso, pudiendo hacerlo, no quiso bajar de la cruz.
FILONAS.— ¿Y eso por qué, Helidoro?
HELIDORO.— Porque su crucificada muerte le serviría para cumplir las profecías de la resurrección y demostrarle al mundo, de tal contundente manera, que él sí era el Hijo de Dios; en cuyo caso, no puedo dejar de hacerle una objeción.
FILONAS.— ¿Cuál, Helidoro?
HELIDORO.— ¿Por qué, en lugar de morir tan joven (esto suponiendo que no haya querido descender de la cruz), no eligió seguir viviendo un tiempo más a efectos de realizar la mayor cantidad posible de milagros?
FILONAS.— Porque así lo quiso Dios, supongo.
HELIDORO.— Si así es, debería reprochársele cierto grado de egoísmo divino, ya que nos quitó a un ser que podía sanar los dolores del mundo en cuestión de segundos. Cuanto más, a través de su poder divino, podría Cristo (o Dios) haber modificado las negativas percepciones que del mismo Cristo tenían Herodes, Poncio Pilatos (este hasta cierto punto), los sacerdotes, los escribas, los fariseos y algunas gentes comunes.
FILONAS.— Pero eso sería atentar contra el libre albedrío que Dios les dio a los hombres.
HELIDORO.— Cierto es eso, Filonas; pero dime: adoctrinar y enseñarles un determinado código moral a los hombres, que es lo que esencialmente hicieron tanto el Hijo como el Padre, ¿no es también atentar contra el libre albedrío?
FILONAS.— Mmm… No lo sé, Helidoro.
HELIDORO.— Es más: dejar un libro sagrado a la raza humana para que esta naturalizara su ley y sus mandamientos, es también «corregir» las conductas de los hombres; o sea, rectificar el libre albedrío a efectos de que sean buenos, misericordiosos, amen al prójimo, pongan la otra mejilla, y el etcétera que ya tú sabes.
FILONAS.— Pero, por otra parte, podría razonarse: Dios dejó las Sagradas Escrituras para que los hombres eligieran o no seguir sus preceptos.
HELIDORO.— Pero en tal caso, Filonas, sería muy oportuno el siguiente comentario: Dios, en cierta forma, le dio a su pueblo una posibilidad muy peligrosa: la de elegir entre el bien y el mal.
FILONAS.— Pero creo yo que por aquellos que eligieron el mal a Dios no le cabe responsabilidad alguna.
HELIDORO.— Lo que también podría colocarse en los siguientes términos: Dios, al igual que Poncio Pilatos, se lavó las manos[7], ya que dejó que el pueblo se hiciera cargo de sus propias decisiones, como preferir la libertad del ladrón Barrabás antes que la del milagroso Cristo; es decir, Dios prefirió el libre albedrío de una raza imperfecta antes que la perfección moral de esta. Por esto, yo no culpo a Poncio Pilatos de nada: Cristo fue crucificado por el libre albedrío del hombre; Cristo fue crucificado porque (en cierta forma) Dios se desentendió de los asuntos mundanos; Cristo, en fin, no padeció bajo el poder de Poncio Pilatos, sino bajo la irracional y exacerbada libertad que Dios les dio a los hombres.
FILONAS.— Vaya, qué idea.
HELIDORO.— De hecho, tanto Pilatos como Herodes no consideraron a Cristo culpable de nada[8], por lo que es menester insistir con el hecho de que Dios prefirió antes el libre albedrío para luego reprocharles a los hombres (implícitamente o no) su inmoralidad.
FILONAS.— ¿A efecto de qué?
HELIDORO.— De que Él, al ser moralmente superior, siguiera siendo su Dios… entre otras cosas.
FILONAS.— Vaya… como que me has dejado anonadado, Helidoro.
HELIDORO.— Comprendo, sí, que sea una reflexión fuerte.
FILONAS.— No creo que vaya a dársele una cálida bienvenida entre las gentes.
HELIDORO.— Yerras en eso, Filonas. Créeme que se le dará una muy cálida bienvenida.
FILONAS.— Pues bien, si vos lo dices, Helidoro.
HELIDORO.— Sí… En fin, caro Filonas, es un placer estar contigo, pero debo ir a visitar a mi amigo José Luis Krede Rossi: creo que me necesita para algo.
FILONAS.— Digo lo mismo, Helidoro: hablar con un hombre inteligente constituye un placer único; y en cuanto a Junior, mándale saludos de mi parte, dile que mucho lo quiero y que para su cumpleaños le regalaré ese libro que hace ya un tiempo me pidió.
HELIDORO.— Todo eso le diré, Filonas.
FILONAS.— Adiós, y gracias por la reflexión.
HELIDORO.— Adiós, y de nada.
Ilustración: Cristo ante Pilatos, de Luca Giordano
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[1] Capítulo 8 del Evangelio de San Marcos.
[2] Capítulo 5 del Evangelio de San Marcos.
[3] Capítulo 14 del Evangelio de San Mateo.
[4] Capítulo 15 del Evangelio de San Marcos.
[5] Capítulo 9 del Evangelio de San Mateo y Capítulo 2 del Evangelio de San Marcos.
[6] Capítulo 14 del Evangelio de San Mateo y Capítulo 6 del Evangelio de San Marcos.
[7] Capítulo 27 del Evangelio de San Mateo.
[8] Capítulo 23 del Evangelio de San Lucas.
Excelente!! Como siempre, José Luis ( Junior) desarrolla reflexiones utilizando recursos que nos lleven a pensar. Con gracia se mueve con comodidad construyendo un texto ejemplar. Felicitaciones!!