No sabemos con exactitud cómo sucede, pero lo que sí es seguro es que cambiamos constantemente. No me refiero a una transformación física evidente, hablo de nuestra personalidad, esa que siempre parece estar moldeándose como arcilla, esa que no solo depende de nuestra voluntad, sino, además, del entorno en el que nos movemos, el cual influye en nosotros todo el tiempo.
En días pasados recibí un mensaje de una pareja de amigos. Con ellos solía pasar largar noches sentado en la terraza de su casa, escuchando música, hablando «sobre todo y sobre nada», eran hermosos días de aquella adolescencia en tierras lejanas. Nos conocimos en una época rebelde, esa en la que queremos vivir pisando el acelerador y probar casi de todo. Pero esa época quedó atrás (como todo), el tiempo pasó y, aunque ya no nos sentamos a hablar de todo y de nada, solemos tener atisbos de contacto por redes sociales. Una noche, hicimos una video llamada y, desde el comienzo, parecía que el pasado estaba de regreso, al menos de su parte: hablamos de la actualidad, pero parecía que ellos seguían allá, en el año 2000.
«Amigo, ¡no has cambiado nada!», me soltó uno de ellos a través del teléfono, porque, con humor, (un poco más «sofisticado» que el que tenía en tiempos pasados), le hice un comentario sobre otra persona. No entendí a qué parte de mí se refería, qué imagen del pasado él y su pareja habían guardado de mí. No conforme con eso, casi al terminar la charla me dijo: «Me alegra haber hablado contigo y ver que sigues siendo el mismo de siempre».
No creo que seamos consistentemente únicos, incorruptibles a lo largo de nuestra vida. Somos, a lo largo de nuestra historia, arquitectos de las muchas columnas que levantarán el templo de esos en quienes nos iremos convirtiendo, responsables de nuestra propia construcción.
Pensemos como un grande y alto edificio, ¿hasta dónde podemos elevarlo? Hasta el infinito si así lo quisiéramos. Cada nuevo piso es un sólido resultado basado en lo que aporta la experiencia, y de ese modo, la creación y la reinvención de nuestra personalidad son constantes… como lo es el cambio mismo.
Entonces, así como vislumbramos el cambio en nosotros, enfoquemos la vista hacia nuestro entorno, y veremos como los otros también cambiaron, muchos hacia la mejor versión de sí mismos.
Eso es algo para celebrar.