Desde la antigüedad solemos referirnos a las partes del cuerpo humano de forma metafórica. Lo hacemos sin darnos cuenta, casi inconscientemente; pero este proceder, que está más que inserto en nuestra vida actual, tiene su historia. De hecho, proviene del período greco-romano y llega hasta el cristianismo medieval.
En el sistema antiguo de metáforas corporales, se consideraba a la cabeza como la sede del cerebro, la cual alojaba el alma y dirigía el cuerpo. Hay que tener en cuenta que, en muchas sociedades de aquel entonces, la decapitación era un castigo, por lo que se pretendía aniquilar y apropiarse —con su cabeza— de la personalidad y el poder de la víctima. Por su parte, dentro del conjunto de los miembros y las entrañas, el vientre era el coordinador al que los miembros debían obedecer y donde el hígado tuvo el rol más importante, primero como órgano sagrado y luego como sede de las pasiones.
El sistema cristiano de metáforas corporales se basa, en cambio, en el par «cabeza/corazón», y su fuerza nace de la concepción de que la Iglesia es un cuerpo cuya cabeza es Cristo. El valor de la cabeza se refuerza en lo alto del subsistema alto/bajo —principio cristiano de jerarquía—, y no sólo porque Cristo es la cabeza de la Iglesia, sino también porque que Dios es la de Cristo. Sucede igual con el corazón, que no sólo es el lugar de «las fuerzas vitales», sino que también designa la vida afectiva y la interioridad. En cambio, el vientre/entrañas está en lo «bajo» del cuerpo —con las partes vergonzosas— y se convierte en sede de la lujuria que el cristianismo reprime; el hígado es borrado del sistema por el rechazo cristiano a toda forma de adivinación.
En el siglo XI, se considera a la clase clerical como los ojos en la cabeza, al poder laico se lo aloja en el pecho y brazo, obedeciendo y defendiendo a la Iglesia y a las masas como los miembros inferiores y las extremidades, dado su sometimiento a los anteriores. En el siglo XII, se designa al Estado como el cuerpo, y los representantes de la sociedad están en la cabeza, mientras que las demás categorías menos nobles se alojan en las partes más bajas del cuerpo, ya que son vitales para sostenerlo y ponerlo en movimiento. En el siglo XIV, se le asignan a la sociedad dos órganos principales: la cabeza y el corazón; el papa —representante de Cristo— es la cabeza, y el rey es el corazón, donde se produce el origen de las ordenanzas. En el siglo XV, la cabeza aún es rectora del cuerpo, ya que ésta representa el principio de unidad esencial y asegura el orden en la sociedad y el Estado.
Las metáforas corporales siguieron su curso de modificaciones a lo largo de los años. Los escritores y poetas son los que más hacen uso de estas de manera explícita, aunque nuestra sociedad tome un poco de ellas. Hemos convertido al cuerpo en pirámide para referirnos a las jerarquías político-sociales.