Los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo.
Ludwig Wittgenstein
Una posible definición
Si hay algo en lo que todos los usuarios de la lengua estamos de acuerdo es que el lenguaje es un sistema abstracto de símbolos cuya actividad se produce en un contexto sociocultural determinado. Podríamos agregar que el lenguaje quiebra y transforma el espacio social, y que el discurso se erige sobre otros discursos, pero también sobre lo que estos connotan. Si aceptamos semejantes postulados, deberíamos preguntarnos del igual modo ¿qué es lo que cree hacer la gente cuando usa el lenguaje? y ¿qué le ocurre a la gente cuando lo usa? Pues bien, considero que las respuestas a estas cuestiones solo puede darlas la pragmática.
Podemos definir la pragmática —a riesgo de que nuestra definición, por su brevedad, resulte poco satisfactoria para muchos— como el estudio de los fenómenos lingüísticos desde el punto de vista de las propiedades, procesos y efectos de su uso. Esto equivale a decir que todo enunciado, ya se trate de una locución o un escrito, puede estudiarse como acto de habla.
Al aseverar, preguntar, ordenar, rogar, realizamos distintos actos de habla, exteriorizamos al mismo tiempo un compromiso con lo que se dice y un deseo de que se haga lo que decimos. Por ejemplo, el modo indicativo se usa particularmente con el fin de expresar el compromiso epistémico del emisor; el modo imperativo, por el contrario, con el fin de imponer al receptor los propios deseos del hablante. Por consiguiente, cuando este realiza un acto de habla, lo que intenta hacer es producir cierto efecto en el oyente, confiando en que las reglas del uso de las palabras le permitan asociar el enunciado con el efecto requerido.
Como ya se ha dicho, hacer uso del lenguaje consiste la mayor parte de las veces en realizar actos de habla (hacer enunciados, plantear preguntas, dar órdenes, efectuar ruegos, etc.), y estos actos en general se ejecutan de acuerdo con pautas muy precisas. Por ejemplo, si analizamos el siguiente enunciado: «alcánzame ese lápiz», advertiremos que tiene un contenido proposicional que apela a un acto que el oyente realizará en el futuro y una «fuerza elocutiva» que puede ser descrita de acuerdo con estas reglas:
- Regla preparatoria: el oyente está en condiciones de alcanzarle un lápiz al hablante, y nada indica que lo vaya a hacer si el hablante no se lo pide.
- Regla de sinceridad: el hablante desea que el oyente haga lo que se le pide.
- Regla esencial: este enunciado no es otra cosa que un pedido.
Los actos de habla difieren entre sí por sus condiciones. La primera diferencia se da por la circunstancia esencial del enunciado, es decir, por el propósito o intención del acto. La segunda, por la condición de ajuste: en una orden o promesa se adapta el mundo a la palabra, en cambio, en una felicitación se adapta la palabra al mundo puesto que la palabra es motivada por una acción. La tercera, por los estados psicológicos que se expresan: alguien afirma que está nublado porque lo cree, alguien ordena una medida de whisky porque lo desea. Otra diferencia se da entre las posiciones relativas hablante-oyente: el general ordena, el soldado pide. Existen, además, diferencias que se relacionan con el contexto verbal —lo que ocurre, sin ir más lejos, con los llamados verba dicendi—, hecho que podemos advertir fácilmente en el discurso político.
Pragmática y análisis del discurso: el caso del discurso político
El discurso político es un género que puede ser considerado como un intento por parte del que lo enuncia de doblegar la voluntad del destinatario. Este género discursivo se caracteriza, en primer lugar, porque se constituye contra el discurso real o implícito de un adversario y, en segundo lugar, porque polemiza con el fantasma de una posible contra argumentación. Es decir, supone la existencia de enunciados opuestos a los que hay que replicar, cuando no descalificar.
El discurso político, en consecuencia, es dialógico, ya que implica la existencia de por lo menos dos contendientes que ocupan en un mismo campo posiciones antagónicas. El discurso refutado aparece en quien lo impugna como algo negativo, como algo que hay que lisa y llanamente desautorizar mediante una serie de proposiciones formales, semánticas, retóricas y pragmáticas.
Asimismo, el discurso político, en especial el político-mediático se caracteriza por el uso de términos que presuponen ideas de mundo. Es muy común, por ejemplo, el uso de palabras que apelan a sentimientos indiscutibles, tales como patria, nación, pueblo u otras expresiones que vehiculizan presupuestos con valor argumentativo, pero que no se definen ideológicamente. En este orden se ubican frases como estas: «cambio sin caos», «la salvación de la República», «por un país transparente», etc., enunciados que por razones de eficacia publicitaria tienden a transformarse en eslóganes y, por lo tanto, a vaciarse de contenido.
Desde luego, esto no debe sorprendernos, ya que, en sociedades capitalistas como las nuestras, la aceptación que pueda llegar a tener un discurso político específico está menos ligada a su carga ideológica que a su éxito publicitario. En ese sentido, un análisis pragmático de los discursos del poder —entendidos como actos de habla sumamente complejos— puede ayudarnos a reconocer el verdadero efecto que producen.
Una perspectiva cognitiva, social y cultural del lenguaje
La perspectiva pragmática tiene muchos puntos de contacto con el análisis del discurso, aunque este no siempre se centra en los factores contextuales y en los contenidos implícitos de una determinada alocución. Digamos que más bien el análisis del discurso pretende relacionar el discurso con los componentes ideológicos que lo atraviesan, sin perder de vista las prácticas sociales de su transmisión y desarrollo.
Ahora bien, puesto que todo texto, en tanto discurso, se produce siempre en una determinada situación comunicativa, podemos inferir que el texto aporta en todo momento huellas de remisión a su contexto, y que fuera del contexto, la palabra carece de significación. Las palabras experimentan variaciones en sus contextos, pero la paradoja reside en que no puede haber contexto sin enunciados ni enunciados sin palabras.
Por otra parte, al ser también la situación comunicativa un fenómeno dialógico, la capacidad enunciativa, interpretativa o performativa de los hablantes puede modificar u obstaculizar el mensaje de un discurso. Dicho de otro modo, el sentido de un enunciado está supeditado a las competencias lingüísticas de quien lo emita y reciba. Tal es, de hecho, la idea medular del epígrafe de Wittgenstein que compartimos al inicio de este artículo.
Como sabemos, toda situación comunicativa está influida por factores extralingüísticos. Por esto mismo, queda claro que el estudio del significado lingüístico no puede limitarse a un examen exclusivamente semántico, puesto que difícilmente se pueda alcanzar la comprensión cabal de un enunciado si no se tienen en cuenta las fuerzas que en sí lo mediatizan.
En suma, y pese a las posibles digresiones que haya habido en este artículo, la pragmática constituye una perspectiva cognitiva, social y cultural del lenguaje, pero también una investigación acerca de su funcionamiento significativo en uso real. El problema es que el lenguaje siempre se las ingeniará para ser más real que la realidad a la que alude.