Por Fernanda Iturriaga | Argentina
El dolor del duelo no se parece a ningún otro
Se lo suele intentar negar o disfrazar, ya que cada individuo procesa la muerte como puede y cuando puede. Sucede que a veces, la mente niega ese proceso y solo logra hacerlo, de manera consciente, cuando se siente preparado.
Las tensiones entre lo real y lo imaginario constituyen al duelo, pues esa presencia imposible, poco tiene que ver con la medida del deseo de su presencia, que es tan real como agobiante, tan intensa que se vuelve grito. Ante semejante golpe, no todos cuentan con la fortaleza de transitarlo. Puede ocurrir, que una persona, viva toda su vida sin superar el duelo de su ser querido. Puede ocurrir, que muera, sin haberlo hecho nunca. Algo así, como que una parte de la conciencia se duerme y el dolor es guardado en un cajón, como una manera de protegerse ante semejante frustración.
Sin embargo, ese tipo de duelo, llamado Disfuncional o Patológico, ese tipo de dolor escondido, no se disipa con tan sólo esconderlo, sino por el contrario, se hace presente, se instala en el alma, y se refleja en diferentes situaciones cotidianas, de manera equivocada y desordenada: escapándole al llanto, evitando cualquier mención y regresar a la vida normal como si nada pasara, sufrir reiterados episodios de depresión, negación o fuertes comportamientos de dependencias y apegos con su entorno, por dicha pérdida no superada.
¿Se sufre de un modo absurdo?
Sí. ¿Detiene la inteligencia impidiendo avanzar? Sí. Hasta que, dolorosamente, se aprende que la ausencia de quien se ha amado no detiene el amor. El amor continúa tras la muerte en la obstinación del duelo. Ya lo decía Roland Barthes, en su “Diario de duelo”, que escribió tras la muerte de su madre, donde indaga, en esos duros momentos, con golpes breves, pero certeros, desnudando sus impresiones y las diarias agonías, que asaltan a quien llora una ausencia:
“La soledad donde me deja la muerte de mamá me deja solo en terrenos donde ella no tenía parte. Hay pues en el duelo una domesticación radical y nueva de la muerte; pues antes era sólo un saber prestado (torpe, venido de los otros, de la filosofía, etcétera), pero ahora es mi saber. Esto es para mí el universo: este lugar falso en el que nada es verdad, donde nada cristaliza”.
El pasado se hace presente y sin piedad cobra lo que se adeuda ¡y lo bien que hace al intimar! Nadie puede negar que este dolor es desgarrador, pero a la vez, LIBERADOR. El duelo pendiente llega sin avisar, pero también, lentamente un día se va, sin que te des cuenta. Por momentos el dolor de un duelo, se traga todo el aire, encoge los hombros, arrastra los pies, apaga la mirada. Y por instantes, contra todo lo esperable, se transforma en otra cosa que en lugar de apagar, aviva, acelera el pulso, despabila. Como si al perder lo esencial se pudiera acceder a dimensiones insospechadas del Alma. Como si, paradójicamente, al perder lo más amado, la vida comienza a tener más valor. Más sentido.