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No cabe duda de que el marketing de contenidos es una de las estrategias menos invasivas del marketing digital y, por lo tanto, una de las más rentables a mediano y largo plazo. De hecho, según el último relevamiento de datos de HubSpot, «el 70 % de los profesionales invierte de manera activa en marketing de contenidos», lo que no hace sino corroborar una cifra que esta misma consultora proporciona respecto de 2017, y que dice (palabras más, palabras menos) que las empresas llegaron a gastar hasta un 46 % de su presupuesto en la creación de contenidos.
En cualquier caso, el content marketing, como lo llaman en otras latitudes, es hoy tendencia, a tal punto que muchos especialistas en negocios digitales consideran que este es el futuro del marketing online. Yo, que no soy precisamente uno de ellos, también lo creo y, por lo tanto, me parece una lástima que exista un porcentaje de empresas y profesionales que todavía no hayan descubierto las ventajas que ofrece esta sutil forma de atraer clientes.
Al parecer, el porcentaje del que hablamos está conformado en su mayoría por empresas que aún apuestan a los métodos tradicionales de venta, es decir, empresas que se limitan a enumerar las bondades de sus productos o servicios sin importarles lo que el público quiere realmente: un contenido de valor que satisfaga su curiosidad, que le brinde la información que necesite y que, por sobre todas las cosas, le transmita confianza. Huelga decir que, para la variedad de marketing digital que aquí tratamos, un buen contenido no debe apuntar a vender, sino a darle algún beneficio a quien lo lea, visualice o escuche, por ejemplo, resolverle un problema, aclararle una duda o brindarle información fidedigna acerca de un asunto de interés. La venta, entendida como tal, será solo una consecuencia de este proceso.
Por todo lo expuesto, no es difícil que veamos en el marketing de contenidos una suerte de paraíso para el redactor digital. Sin ir más lejos, pensemos que el redactor es el que se encarga de escribir los textos informativos para el blog, la web, las redes sociales y los infoproductos de las empresas que desean tener una presencia constante en Internet. Dicho de otro modo, el redactor digital es el que se ocupa de crear los contenidos de valor de los que hablábamos algunas líneas más arriba.
Pongámoslo de este modo, cuando una empresa crea una página web tiene dos opciones: esperar a que lleguen las visitas como por arte de magia o crear contenido de valor para atraer a los clientes. Si la empresa en cuestión cuenta con un redactor digital que ya ha creado contenido, el futuro cliente llegará por sus propios medios a la página gracias a esa publicación «de valor» con la cual el usuario pudo encontrarse en alguna de sus búsquedas.
Para resumir, gracias al contenido producido por el redactor digital, la empresa obtendrá más visibilidad y mejor posicionamiento; además, tendrá la posibilidad de reducir los costos de publicidad y, como si eso fuera poco, podrá comunicar su particularísima visión sobre todos aquellos temas relacionados con su rubro, lo que la ayudará a diferenciarse de la competencia e incluso a convertirse con el tiempo en una autoridad en la materia.
Es probable que el asesor lingüístico sea el profesional más capacitado para desempañar esta tarea, aun así, existen redactores digitales que, sin ser asesores lingüísticos, cumplen su trabajo a la perfección, pues han sabido centrarse en este específico campo de la comunicación y la escritura. Son los de la vieja escuela, aquellos que entendían que cualquier contenido que produjeran debía tener el sello distintivo de la organización que en definitiva lo haría propio. Al fin y al cabo, el redactor tan solo está prestando su voz para que otra voz —la de la empresa o profesional que lo contrata— transmita al mundo su mensaje.
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