Basta con entrar a cualquier red social para encontrar positivismo a borbotones, es como si te estuvieran dando una bofetada de positivismo (una bofetada positiva). Por lo visto, se trata de una regla comunitaria que ordena que todo lo que ahí se publique debe estar enmarcado en un concepto de pura y artificial felicidad y perfección. Perfección que es el resultado de esa felicidad, y felicidad que es consecuencia de la obtenida perfección. Ahora bien, ¿esto es así para ti?
Desde siempre he sentido la responsabilidad de mostrar en mis redes sociales lo que yo llamo un «intento» de neutralidad, y debo reconocer que resulta difícil, sobre todo, cuando la tendencia es expresar siempre lo bueno, lo correcto, lo positivo, la superación, etc. Pero, insisto, esto solo se da en las redes, porque, en la vida real, lo que solemos escuchar es todo lo contrario: la queja y pesadez por lo que nos toca vivir fuera de la Matrix.
La positividad tóxica tocó a la puerta
Fuera de Internet también hay personas que profesan su creencia irrefutable de que en la vida real se puede vivir apreciando únicamente lo positivo (sí, como en las redes), ignorando o desmereciendo todo aquello negativo que pudiera tocar a su puerta o a la de los otros. Las psicólogas Samara Quintero y Jamie Long, lo llaman positividad tóxica, y lo conceptualizaron de una manera magistral: «Estas personas generalizan de forma excesiva e ineficaz un estado feliz y optimista de todo lo que les ocurre a ellos y a los demás».
Suena interesante. Sin embargo, para que esto sea tomado en cuenta hay que ir un poco más allá. La positividad tóxica se desarrolla bajo un proceso en el que el individuo niega, invalida y minimiza los hechos que giran alrededor de las emociones humanas (insisto, las suyas y las de otros). Entonces, esa aparente actitud positiva ante la vida inmediatamente se transforma en un frente tóxico, ya que lo que en realidad está haciendo es suprimir emociones que todos poseemos, como el resentimiento, la tristeza o el enojo.
Ya son varios los autores que se inclinan por difundir las consecuencias que la positividad tóxica puede traer a nuestras vidas, ya que insistir en que todo está bien o que todo es lo que debe ser puede ser contraproducente. Según el psicólogo Konstantin Lukin, la naturaleza guarda y acumula todas las emociones negativas sin procesarlas, y estas terminan haciéndose más grandes, hasta que, como una bomba de tiempo, esperaran el momento ideal para estallar y arrasar con el positivo tóxico y todo lo que gire a su alrededor.
La libertad de las emociones
Todos sentimos, cada uno desde su experiencia de vida, pero algunos nos enfocamos más en unas emociones que en otras. Todo depende del contexto en el que nos encontremos, pero lo que sí es seguro es que las emociones son información, esa información nos dice qué está ocurriendo alrededor. Piénsalo: tienes una presentación en la que se define tu carrera, va a nacer tu hijo, vas a verte con quien crees que será tu pareja el resto de tu vida, vas a una entrevista de trabajo, vas camino a aquella temida cita en la que te dijeron: «tenemos que hablar», y así… Bien, frente a estas situaciones sentirás miedo, felicidad, inseguridad, nervios, enojo, etc. Las emociones son información.
Lunkin nos dice: «Imagina tratar de tener una relación significativa con alguien que ignora la tristeza o la ansiedad». El positivo tóxico perjudica las relaciones interpersonales.
¿Cómo saber si eres un positivo tóxico o estás con uno?
Si llegaste hasta este punto del artículo, significa que estás buscando esa respuesta. Seguramente hay algo que te dice que tú o alguien cercano podría estar pisando el lado oscuro del positivismo, y según las psicólogas Samara Quintero y Jamie Long, estas son las señales
- Esconder o disfrazar los verdaderos sentimientos.
- Fingir que todo está bien.
- Sentir culpa por las emociones negativas.
- Minimizar las experiencias de otras personas con frases como «todo estará bien», «hay que ser positivos» u otras similares.
- Consolar a otro dándole perspectivas, es decir, diciendo «podría ser peor», en lugar de validar sus emociones o experiencias.
- Atacar, humillar o castigar a alguien por expresar frustración, ansiedad, tristeza o cualquier cosa que no sea positividad.
- Ignorar los sentimientos diciendo cosas como «así pasa».
¿Cómo evitamos el positivismo tóxico?
Desde chicos nos han educado para invalidar nuestras emociones. Cuando nos golpeábamos y queríamos llorar, papá o mamá (o el resto de las personas alrededor) corrían para decirnos: «no pasa nada», «no llores, no fue nada», «no vale la pena llorar», «llorar no es de hombres», «llorar es de débiles» y un sinfín de mandatos hoy cuestionados.
Entonces, lo primero que debemos hacer es aceptar nuestras emociones. Todo lo que nos pasa, todo lo que nos ocurre, debe merecer nuestra completa atención; debemos vivir su proceso, porque en la vida, todo se basa en procesos, no se obtienen resultados si no transitamos los procesos, aun en lo tocante a las emociones. Para empezar, es necesario aceptar las emociones como información o guía, y dejar de pensar que tener emociones es algo negativo, ya que esto connota un rechazo automático.
Positivamente sanos
Desde luego, ver, escuchar y recibir todo lo positivo que podamos (aunque en sus respectivas dosis) siempre va a ser algo bueno, pero es también importante poder escuchar a nuestras emociones, y a las de los otros, incluso si estas son negativas. Hay que procesarlas, amigarse con ellas y seguir adelante. Esto nos ayudará a continuar nuestro camino de constante aprendizaje, en el cual podremos conocernos más a nosotros mismos y conocer más a los demás. Y ten en cuenta que te estoy hablando «positivamente».