Por Marilina Roh
Encendía el décimo cigarrillo en la terraza apta para fumadores. El edificio, uno de los más altos de toda la zona dejaba al descubierto un micro paisaje en movimiento, las personas desde allí se ven pequeñas como playmobils, es que la vista a la distancia robotiza el desplazar volviéndolo mecánico y predecible, dejando en evidencia que somos solo jinetes cabalgando a la corriente que existe por sí misma.
Cuando me aburría de verlos andar, quedaba atrapada en la hilera de árboles que costean a Juan B. Justo y que desde lo alto dejan creer que son un gran colchón verde, ese colchón me disparaba la cabeza y la dimensión de lo onírico me regalaba un sueño:
Me tiraba de un tobogán gigante que se desprendía desde los barrotes y terminaba en un coletazo sobre el tumulto de hojas esponjosas, me paraba y echaba a correr sobre ellas y cada paso se hacía más largo y elevado hasta llegar al impulso necesario para hacer el gran chapuzón en el río de La Plata, el sueño terminaba conmigo perdida en el atardecer en algún barquito que andaba dando vueltas…
Pero el cigarrillo se hacía colilla otra vez, y de nuevo a la máquina, a velar por intereses de algún magnate que tiene al lucro creciente en un santuario como un dios insaciable.
Dos mil y un cigarrillos hasta el hartazgo, hasta ver lo poco que esa terraza tenía que ver conmigo, hicieron que usara el tobogán hacia un nuevo sendero. Llevó un tiempo amigarme con un camino que había elegido hace mucho y lo había dado al olvido o es que nunca me lo había acordado. Es difícil entender que esa madurez que tiernamente nos regala la macro no es más que comodidad perezosa para el alma.
“Es que…el deseo incomoda”, eso lo sabía hacía un par de años, y siendo la hora de hacerme cargo, ya estaba lista para guardar las quejas en el cajón que tiene el nombre de “solo es bueno el veneno que mata rápido”.
¿Hora del zarpazo?
“La estabilidad conceptualmente ocurre cuando un sistema se encuentra en su estado de menor energía o equilibrio químico con el entorno”, hasta la ciencia nos advierte que el elevarse produce náuseas, y que el explorar las alternativas de sublimación nos dejan confundidos hasta el vómito. Pero no importa, allí estuve parada, aquí lo estoy, una vez más intentarlo va a estar bien. Seguramente el tiempo se encargará de lo suyo, como siempre, es el único sabio entre los fieles.
Y una vez más pasaré por esa esquina de Juan B. Justo y Santa Fe, una más de esas que alguna vez fueron fuertemente vividas, esquinas teñidas de sabor melancólico, y que al atravesarlas dan entidad a una energía que te golpea la espalda para recordarte que fuiste alguien más, que sos alguien más, atravesado por la heterogeneidad deliciosa, de colores dudosos, y es así que seguiré el andar abandonando el vicio de la conveniencia y dejando más ego sin resolver para sentir que la vida tiene algo de sentido.