Literatura, Autores, Misterio.
Por Julián Lambert / Argentina.
Inferno, la nueva dosis de la vieja fórmula del Código Da Vinci
a última novela del escritor Dan Brown, Inferno, puede ser puesta bajo la lupa con la que habitualmente se critica a los best-sellers: lugares comunes, inconsistencia de la trama, lenguaje simplista. Puede que esto aplique también al total de la obra del autor. Su fórmula se repite hasta el hartazgo libro tras libro sin mayor novedad que el anclaje geográfico de la historia. Sin ir más lejos, su personaje principal, Robert Langdon, encarna una y otra vez al “héroe intelectual” del relato, casual salvador de la humanidad, con la solitaria y fortuita compañía de una bella mujer ajena a su entorno, de la cual, como no podría ser de otra manera, se enamora o algo parecido.
Existe, sin embargo, otra cara de este tipo de tanques editoriales, faceta que se ubica por encima de cualquiera de las mencionadas limitaciones y representa el mayor atractivo, o quizás el único, para lectores con un perfil particular. Estos son los que podríamos caracterizar como desvelados por fábulas y misterios de la humanidad, historiadores amateurs a la caza constante de nuevos enigmas milenarios por investigar. La obra de Dan Brown, en este contexto, es el disparador perfecto.
Inferno se vale, así como el Código lo hizo con Da Vinci, de la obra de Dante Alighieri para hilvanar una historia que roza constantemente al gran poeta florentino apropiándose de la simbología y narrativa de la Divina Comedia. El contacto con el centenario autor, sin embargo, no pasará de ahí: nos moveremos por entornos de su vida como Florencia y Venecia, encontraremos acertijos en sus líneas y sabremos de algunas de sus anécdotas. No mucho más, aunque la subliminal y nada despreciable invitación a leer la obra de Alighieri quede sobre la mesa.
La historia se sitúa constantemente en lugares emblemáticos, míticos, cargados de pasado y sucesos. Esto ocurre a tal punto que pasa a ser protagonista el contexto, induciendo constantemente al lector a emprender la investigación paralela. Los avatares de Langdon y compañía quedan así opacados por narraciones que, como si no estuvieran cargadas de interés y espectacularidad, tienen el plus de ser acontecimientos históricos verídicos (o casi) de la humanidad.
Estamos entonces nuevamente ante lo mismo que ofrecía El Código Da Vinci en París y Londres; Ángeles y Demonios en Roma; y El Símbolo Perdido, en Washington. Mismo personaje, mismo formato, nuevos lugares, nuevos mitos. Es esta la otra cara del autor, lo que podríamos denominar el “código Dan Brown”, una cara que invita a trascender la narración y aventurarse a la investigación desenfrenada. Un libro que contiene así, implícitamente, muchos. Algo elogiable quizás. La cuestión está sin dudas en volver a Inferno algún día.
