Siento un aire húmedo sobre mis hombros. Ese aire limeño típico de un verano nocturno hace que mi pantalón psicodélico se mueva como las olas oscuras que observo. Camino y camino. Algunos transeúntes lucen algo perdidos y desviados de la acera de la avenida. Inusualmente, lanzo una risa que los hace tratar de volver en sí pero no pueden. Sigo caminando. Mis amigos que están delante de mí, empezaron hablando calmadamente, sin embargo; la conversación se torce un poco tosca. Incluso podía decir que ya están discutiendo. Dejo de reír y veo como ambos mueven los brazos y las manos, como las olas que están frente a nosotros.
En vez de intervenir, sólo los sigo observando y mirando, esperando alguna reacción para -posteriormente- desarrollar la reacción. El tema que tocan no es nada fácil y por eso me abstengo en esos momentos para dar la intervención oportuna. ¿Táctica? Por supuesto. Ya que eso es la política, más que táctica es saber en qué momento establecer algo por el que te dieron poder. Mi único poder en esos momentos era mi palabra y tenía que defenderla por subestimada que pueda ser. La pregunta del millón se hace evidente. ” ¿Por quién votaras?” me dice uno de ellos. Mi cabeza prepara algo pero se detiene a pensar. ¿ Por quién voy a votar en estas elecciones presidenciales? ¿Por aquél candidato al que se le sindica indultos a narcotraficantes? ¿ O por aquel que se le considera lobista? ¿debería votar por alguien que considera error la muerte de cientos de personas por el abuso de poder? ¿O por aquél que lucra con la educación y que no ha aportado nada importante en ello?
Aunque suene algo surreal, estos candidatos son los que tienen más preferencias en los sondeos actuales y que provocan dudas sobre si estoy haciendo bien con dar mi voto, ya que no valdrá de nada. Entonces, recuerdo el libro que leí de Alfonso Quiroz cuyo titulo es Historia de la corrupción en el Perú. De por sí, el libro es magnífico; ya que constituye un pilar importante respecto al estudio de la corrupción y sus consecuencias en el desarrollo y progreso del país. Inclusive me atrevo a decir que es uno de los primeros libros en la que muestra -con datos económicos – los estragos que la corruptela puede hacer a nivel de la administración pública en toda Latinoamérica. Con una imparcialidad y una actitud algo retadora como la del juez español José Castro (quien ha llevado a la monarquía española presentarse en los tribunales), Quiroz ha dejado más que un estudio, un legado para la posteridad en la cual retrata y comenta cómo los personajes históricos de mi país pudieron embarrarse de excremento para saciar sus intereses personales. Incluso, los nombra como para darse cuenta que los héroes de la independencia son meros seres humanos y no seres ideales a seguir. Claro, también hay que mencionar que nombra seres actuales que ahora pretenden tomar el banquillo presidencial en el mes de julio y que con la lectura de este libro, todo tipo de prejuicio hacia ellos es acertado.
Sin embargo, nadie parece interesar leerlo, miren las encuestas de opinión. Así éstas sean manipuladas, sólo refleja que el ciudadano de a pie prefiere ver y que cree merecer como presidente. Qué asco.
Al momento de responder la pregunta, me detengo en un micro segundo y mi boca tiende a decir que mi voto es secreto. Me quedan mirando como si hubiera soltado una grosería. ¿Dije algo malo? No creo, solo me escudé en un recurso que realmente sí existe (¡está en la constitución!) pero no pensaba mencionar al candidato de mi preferencia porque, en realidad, no tengo uno determinado.
“¡Que aguafiestas!”, dice uno de ellos. Yo solo me río maliciosamente.
Había logrado mi cometido. Después de esta conversación calurosa, empezaron a cambiar a un tema mucho más simpático y con más gracia que las elecciones presidenciales. También habían dejado de discutir y empezaron a reírse como si fuera el último día de sus vidas. Mientras tomaba un sorbo de mi bebida, ellos empezaron a tomar otra pequeña botella que tenían en la mochila. El zigzagueo al momento de caminar lo decía todo. Ya andaban algo eufóricos y yo rogaba mentalmente que nadie nos atrapara. ¿Qué malo podía pasar ésta noche? Sólo caminar.