Como sucede con casi todo proceso creativo, el proceso de escritura requiere también de una planificación y un desarrollo. Podríamos incluso afirmar que lo más atractivo de la escritura, al menos para el que escribe, no reside tanto en los resultados, sino más bien en el conjunto de tareas que deben llevarse a cabo para producirlos (documentarse, trazar un mapa, producir borradores, revisar la versión definitiva, reescribir, etc.).
Ahora bien, es necesario recordar que la escritura se alimenta siempre de otras escrituras, escrituras cuyas marcas terminan por configurar una tipología textual determinada. Con respecto a esto, Umberto Eco, en su libro Lector in fabula, nos explica: «Un texto es un artificio sintáctico-semántico-pragmático cuya interpretación está prevista en su propio proyecto generativo». Lo que equivale a decir que el sentido último de un texto está en parte predeterminado por la tipología a la cual ese texto pertenece.
Pero volvamos al tema principal de este breve artículo, es decir, al proceso de escritura. Tal como se ha dicho, la escritura supone una planificación, un desarrollo, un orden. Sin ir más lejos, etimológicamente, la palabra redactar (prima hermana de la palabra escribir) significa ‘compilar, poner en orden’ y, en un sentido más amplio, ‘expresar por escrito los pensamientos o conocimientos ordenados con anterioridad, de acuerdo con ciertas reglas gramaticales’. Desde luego, la Gramática no es el factor más importante a la hora de escribir; no obstante, conviene que conozcamos y asimilemos sus reglas, para luego poder entregarnos a la escritura sin el temor de estar quebrantando las convenciones del idioma.
Por tanto, todo proceso de escritura consiste en elaborar, estructurar y ordenar elementos lingüísticos dispersos con el propósito de obtener un texto claro, efectivo y original. Por supuesto, esto no es ningún descubrimiento. Ya la Retórica clásica distinguía tres operaciones para la producción de discursos: la inventio (el momento de la elaboración de sus contenidos), la dispositio (el momento de la estructuración y ordenamiento de sus distintas partes) y la elocutio (el momento de su expresión, y que abarca tanto las correcciones como la revisión estilística). En la actualidad, estas tres operaciones correlativas se conocen con los nombres de preescritura, escritura y postescritura, respectivamente.
Si bien es cierto que algunos aspectos de esta noble actividad no pueden enseñarse, también es cierto que la gran mayoría sólo depende del trabajo, del oficio y de las atentas lecturas de los clásicos. En suma, así como el pintor necesita conocer las técnicas de dibujo y el manejo de los colores antes de pintar un cuadro, quien desee escribir necesitará conocer cabalmente los respectivos instrumentos de su labor. El resto es sólo práctica, práctica y más práctica.