Estoy sentado en un viejo bar de Buenos Aires. Siempre me pregunté qué es lo que mueve a las personas a trasladarse a una mesa en un concurrido lugar. Considerando que, si de trabajar se trata, un bar no sería el mejor lugar para mantener el control del ambiente. Quizá lo creo porque suele resultarme difícil concentrarme cuando hay ruidos que no son convenientemente logrados por mí. Pero aquí estoy. Luego de preguntarme tantas veces cómo podía ser, he pedido un café cortado doble, esos que hacen con esas cafeteras que te dan la sensación de que realmente harán que su sabor sea más intenso. No lo sé con exactitud, pero a mí me basta el sonido de esas cafeteras express. Hago una pausa para probar el «cortadito». Está caliente.
Pero ¿es una especie de experimento social lo que hoy me trae a sentarme solo con mi notebook? No, es algo a mi parecer aún más curioso. Tendré una reunión con un cliente. Un inversor a quien debo presentar uno de los desarrollos de la agencia. ¿Qué es lo curioso? Bueno, estamos acostumbrados a las estructuras, a sentarnos en una sala de reuniones o en la frialdad de una oficina. En este caso, no se pudo de esa manera. Quizá esta sea mejor. Hago otra pausa para tomar el café. Está en su punto justo, ese que te quema ligeramente pero que, al hacerlo, «aviva su sabor». Creo que no se trataba de la máquina, sino del calor.
Las grandes capitales tienen eso. Me refiero a que su población entendió que el tiempo para tomarse un simple café puede dar lugar a cientos de situaciones. No solo a esas en las que vemos —por el rabo del ojo— cómo termina su relación una pareja (no lo he visto, pero me lo han contado) o a esas en las que observamos cómo se encuentran chicas y chicos que arreglaron su cita a través de una aplicación o, como desde hace años, un chat.
Todavía hoy un coffee store es el lugar en el que pueden producirse grandes comienzos, esos que abren puertas, que giran alrededor de lo que estará por venir y que, de alguna manera, hacen que los ruidos de las sillas al correrse, de las cucharas al caer sobre los platos, de las conversaciones estruendosas o del tráfico que entra por esa puerta exageradamente abierta carezcan de importancia. Me pedí otro café.
*Texto incluido en El tiempo y el lugar de las cosas.