Para alguien que escribe, una hoja en blanco puede ser tanto un enemigo como un aliado, una manera de hacer terapia o una forma de revolución, puede significar el comienzo de una vocación o el fin de una carrera. Una hoja en blanco representa todo lo que puede ser dicho pero que todavía está atascado en la tina, o en una cabeza.
Muchas veces se está muy seguro de lo que se quiere decir y al final se termina diciendo todo lo contrario, y otras tantas no sabemos qué pero si sabemos que hay un sinfín de letras que juegan desesperadas por ser trazadas. Sentarse a escribir no es poca cosa, nadie se ha dado cuenta que el escritor es aquella persona capaz de decir lo que otros piensan pero ninguno se atreve a decir, el escritor es esa especie de kamikaze que se expone al mundo para bombardearse. (O es un imbécil que a través de un romanticismo escueto pretende decir que su vida es una mierda y no dar tanta pena.) Como sea, de alguna manera u otra, son también esas “personas” que nos van dejando retazos de sus vidas para recrear las nuestras, una voz de la conciencia, un retroceder y avanzar, no un explicar, pero si un entender.
Hay que considerar que escribir no siempre equivale a ser escritor, retorcer palabras no te da el título. El escritor debe ser capaz de contemplar su entorno y tener la valentía de afrontarlo, de prestar su inocencia para redescubrirlo, de encontrar en los detalles el sentido del todo, de no sólo vivir una época sino sentirla y trasladarla a pensamientos que luego se vuelven eternos, de tomar lo cotidiano y volverlo bello, hacerlo poesía.
El escritor debe dejar de ser el mismo por un rato para volverse todos o nadie. El escritor, la mayoría del tiempo, no se da cuenta de lo que hace porque no sabe que su hacer es más que un simple saber, es toda una disposición del alma que se entrega a que otros la lean. Y siempre un escritor debe estar dispuesto a no ser entendido, a ser odiado, a ser agredido, a ser olvidado e incluso a ni siquiera ser leído. El escritor arriesga el todo por la nada, por el no saber, se arriesga a sí mismo por toda la humanidad, es casi como un salvador.
Hasta para el mismo escritor el acto de escribir debe ser crear un espacio para reivindicar la importancia de la existencia de ellos. El escribir suele ser una actividad menospreciada, una pérdida de tiempo, mera ilusión, un poco infantil y apta sólo para soñadores. Los escritores suele sufrir, porque sangran letras hasta morir, porque en su tinta se guardan lo que no son capaz de decir.
Mucho les debemos a los escritores, que nos fueron creando a lo largo de los tiempos, que se detuvieron a mirarnos de lejos para escribirnos de cerca. Lo relevante es saber que dentro de cada uno hay un escritor adormecido, que busca sentidos y ser sentido, lo difícil, pero maravilloso es darle rienda suelta a lo desconocido.