Hace unas noches, tuve uno de los sueños más fantásticos que alguien en la vida pudo haber tenido. Una noche hermosa de primavera en Buenos Aires, procedí a tenderme en mi cama luego de un día agotador. Pienso en estos momentos que no pasaron muchos minutos para quedar totalmente dormido y empezar a soñar. A continuación, quiero compartir con ustedes, de forma resumida, lo que pasó esa noche.
La primera imagen que tengo de lo que estaba sucediendo en ese momento en mi cabeza es un poco confusa, puesto que yo estaba en un lugar que a priori no se me hacía conocido. Lo más extraño de esa primera imagen es que yo estaba rodeado de cientos de desconocidos, en lo que al parecer era un lugar de estudio. De repente, irrumpieron un par de niños (de entre cuatro y ocho años, según creo); ellos empezaron con su tono infantil a charlar con nosotros los adultos. En ese punto del sueño, sentí un poco de curiosidad, porque, paradójicamente, los niños empezaron a «enseñarnos» cómo debíamos encarar la vida. Uno de ellos, el más pequeño, decía con seguridad: «El único secreto que les doy para que tengan una vida plena es que jamás dejen de sonreír». El otro, un poco mayor, afirmaba: «Si ustedes van a seguir nuestro ejemplo, algún día serán tan felices como somos nosotros, solo deben ayudar a todo el mundo y verán cómo todo se da de forma natural». Ya en este punto, mi estado de confusión era absoluto.
Alrededor de 100 tips, entre los que sobresalían los valores dignos de una persona propia de su edad, nos dieron estos niños —con sus voces angelicales e inocentes— a los cientos de adultos que estábamos en ese lugar. Al finalizar, se retiraron, y mis «compañeros» de clase, empezaron a hacer lo mismo. Me acerqué a una joven que estaba a mi derecha y le pregunté con timidez: «¿Por qué estos niños vienen a enseñarnos a vivir cuando ellos casi ni hablar saben?». Ella me observó y gritó: «¡Ayuda, es uno de los humanos cuyo cerebro no logró evolucionar ni siquiera un 50 %!». En menos de 30 segundos, estaba rodeado por un ejército de niños, quienes trataban de controlarme de la manera más pacifica posible, hasta que lograron llevarme a una pequeña habitación (similar a un consultorio médico).
Ya en el consultorio, una menor, de máximo siete años de edad, me sonrió y dijo:
—Hola, entiendo que para ti sea complejo este momento, pero debo medicarte para que puedas existir en esta sociedad avanzada; vas a tomar durante 3 meses la siguiente receta, a la mañana tomarás 25 cucharaditas de humildad, luego, a eso del mediodía, debes tomar 7 pastillas de tolerancia, y a la noche, dos batidos de respeto, amor, libertad, tolerancia y solidaridad; de esta forma, en solo 3 meses podrás estar en este mundo nuevo; si por el contrario, decides volver al mundo paralelo donde todo es como lo conocías, las puertas de están abiertas para quien desee entrar y salir cuando quiera, porque no queremos robarle la libertad a nadie.
En ese momento, me desperté impactado. Al descubrir que era un sueño y no la realidad, sentí un nudo en la garganta. Pensé que había encontrado un mundo mejor, que estaba en él y que nunca más iba a tener que lidiar con este otro, este planeta repleto de odio, envidia, ira, arrogancia, irrespeto e intolerancia. Luego, unas horas después, caminé a una de mis clases y comprendí que este mundo sería mejor si la inocencia de los niños nos enseñara a vivir y no le quitáramos la paz que tienen a esa edad mágica donde lo único que importa es ser felices.
.