La creatividad es uno de los mayores dones que tiene el ser humano. Sin ella no podría desarrollarse, ni tan siquiera sobrevivir.
Baste pensar que la supervivencia y el dominio de la especie humana se basa en su capacidad para transformar y adaptar el medio natural a sus necesidades. La creatividad no sólo se refiere al aspecto artístico, como muchos piensan; la creatividad está presente en toda nuestra vida, y no es otra cosa que esa capacidad de proponer ideas que solucionen los diferentes retos que la naturaleza y nuestra propia forma de vida nos ponen. Sin la creatividad seguiríamos ganándonos la vida con arcos y flechas (incluso esos instrumentos son producto de la creatividad).
La creatividad no es un privilegio
En mayor o menor medida todo ser humano, desde muy pequeño, goza de este don. Lo que sí es bastante común es que se inhiba esa creatividad y que se pongan obstáculos y límites. Sí puede ser un privilegio el gozar de una gran creatividad, pero aun en bastantes de estos casos dicha creatividad no es tanto un don extraordinario como el resultado de cultivar y estimular ese don común que casi todos tenemos en alguna medida.
Todos saben que los niños son, en general, grandes creativos; pero quizá no lo sean más de lo que seríamos muchos de los adultos si no fuera porque desde la misma niñez hemos tenido que aprender, de muchas formas diferentes, a reprimir esa creatividad. Frecuentemente los propios padres lo hacen con sus hijos al afearles sus fantasías, tacharlas de “tonterías” y recomendarles que vivan la realidad, sin comprender que la realidad de los adultos es muy diferente de la de ellos.
Lo hace también la industria del juguete, al ofrecerles infinidad de juguetes que juegan solos, y con los que el niño se convierte en simple espectador; sin acordarnos de que cuando nosotros éramos niños, los juegos y juguetes que mejores recuerdos nos dejaros fueron aquellos que inventábamos y fabricábamos nosotros mismos con cualquier cosa que teníamos al alcance de la mano. Lo hacen también los medios audiovisuales, al entretener toda su atención en una pantalla, y dejándoles muy poco espacio para la imaginación.
Y lo hace la propia sociedad, cuando, ya en edad de aportar algo y con deseos de hacerlo, las generaciones anteriores no aceptamos sus nuevas propuestas, y con el argumento de que “ya está todo inventado” defendemos arcaicos paradigmas hasta lo absurdo, tratando de esconder nuestra propia incapacidad para superarlos, y de proteger celosamente lo poquito que hemos hecho, dificultando que alguien haga algo mejor.
Sirvan estas reflexiones para saber adecuar nuestra actitud y responsabilidad educadora en beneficio de la creatividad de nuestros hijos; para elegir los juguetes con que deben jugar y los pasatiempos que deben tener. Nunca limite a su hijo en el desarrollo de su creatividad; limite todo aquello que no beneficie la misma. Estimúlelo, póngale en contacto con la naturaleza y con todo lo que existe.
Haga que se interese por muchas cosas y desarrolle su capacidad de percepción. Eso será la materia prima con la que su creatividad producirá nuevas e interesantes ideas, orientándolas hacia aquellas áreas que sean de su mayor interés y para las que tenga más vocación; no necesariamente el arte.