Cuando hablamos de la interpretación de los sueños o de la actividad onírica, es inevitable remitirnos a Sigmund Freud, el padre del psicoanálisis. Pero su precursor tiene lugar en la Antigua Grecia, bajo el nombre poco conocido de Artemidoro de Daldi.
El sueño es un estado fisiológico de autorregulación y reposo uniforme de un organismo, pero en la Antigua Grecia, este es considerado capaz de impregnar o fundar la cultura, al cual Artemidoro lo pondera como un fenómeno de origen divino. Emite una clasificación de los sueños, inaugurando una ciencia del sueño y le asigna un valor premonitorio.
Distingue cuatro tipo de sueños: Simbólicos (Anticipando la moderna onirología psicoanalítica), Alegóricos (Basándose en el aspecto metafórico y narrativo), Premonitorios (Representaciones de hechos futuros) y Divinos (Los dioses envían mensajes para guiar la vida de los hombres).
Artemidoro se anticipa a Freud, en el concepto de inconsciente y la capacidad “mágica” de la mente de proyectar deseos o miedos como premoniciones, ya que está convencido de una estrecha relación entre los contenidos del sueño como elaboraciones y representaciones de ideas, fantasías y condiciones de la vigilia. Para él, la mayoría de los sueños están proyectados hacia el futuro, no sólo como presagios sino también siendo capaces de incidir en la vida diurna en sí. Los considera un movimiento o invención del alma que señala bienes y males venideros. Por ejemplo: las plantas y animales ocupan un lugar destacado en los sueños de los campesinos y naturistas. Mucho depende de quién es el soñador – si es rico o pobre, poderoso y libre o bien esclavo, enfermo o sano – toma en parte la personalidad del mismo, el contexto de la visión, los afectos y deseos que aparecieron, los hechos que el sueño representó o los lugares en los que se produjo.
En aquella época, también hubo otros hombres que transmitían la oniromántica como: Aristandro de Telmeso, que era un maestro en juego de palabras, y extraía presagios tanto de sueños como de acontecimientos. Apoldoro de Telmeso se ocupaba de sueños eróticos y obscenos, Artemón de Mileto empezaba con prácticas médico-incubatorias en el Santuario de Serapio (dios greco – egipcio), Dionisio de Heliópolis por su parte afirmaba la legitimidad de una interpretación también cuando lo soñado no era verdadero, ya que el alma se remite a ello sin verificar su autenticidad. Más ligado a lo racional, Estraton de Lámpsaco propuso que el dormir es consecuencia de un retirarse en sí mismo del proceso del que dependen las sensaciones. Ya a principios del siglo V, Sinesio de Cirene (filósofo Neoplatónico) presenta al sueño como un vehículo de experiencias de naturaleza mística, establece una correspondencia entre el amor y el odio del sueño y la vigilia, y la arbitrariedad de las relaciones espaciales y temporales del sueño.
Los sueños y sus interpretaciones hoy en el siglo XXI, se ven envueltos en un misterio que aún no ha sido revelado por más investigaciones, teorías, prácticas y manifiestos que se realicen incluso no tienen una explicación a ciencia cierta de que es lo que ocurre con nuestro inconsciente mientras dormimos.