«El propósito de nuestras vidas es ser felices», dice el dalái lama. Y esto, por más que nos cueste admitirlo, es completamente cierto, ya que todos, aun sin saberlo, vivimos para ser felices.
Mira, siempre que concluyo los episodios de mi podcast —en los que converso con diferentes personalidades de campos muy diversos—, me quedo con la satisfacción de haber estado dialogando con alguien que es feliz con lo que hace, básicamente, porque le encanta hacer lo que hace (ya te hablé de esto en otros videos).
Entonces, la felicidad no es un sueño imposible, como sé que muchos piensan, sino el resultado de un elemental ejercicio de autoconocimiento. Pero, claro, este ejercicio puede tener muchos enfoques.
Una cuestión de subjetividad
Todos, en algún momento de nuestra vida, experimentamos alguna situación que podemos relacionar con la felicidad. Sin embargo, no a todas las personas las hacen felices las mismas cosas, pues la felicidad, como todo sentimiento, es subjetiva.
Es común que nos sintamos felices cuando alcanzamos una meta, por ejemplo, cuando obtenemos un título universitario o cuando logramos instalar nuestra propia empresa, pero hay personas que se sienten felices aún sin tener que pasar por nada de esto. ¿Qué es lo que les produce esa felicidad? Posiblemente nada externo a ellas mismas, pues debes saber que la felicidad no solo es algo que puedes conseguir, sino también algo que puedes desarrollar.
Existen personas que son felices con pequeñas cosas, como ver una película con amigos, leer un libro o compartir una caminata con un ser querido. Este tipo de personas suelen ser más sensibles o emocionales que la media, lo cual está muy bien, ya quenuestros sentimientos y nuestras emociones desempeñan un importante papel en nuestra salud. Estas personas, de hecho, son las que logran encontrarle el brillo a la vida, las que disfrutan de cada minuto o segundo porque están atentas a lo que les pasa alrededor, pero siempre estando en paz consigo mismas.
Tres definiciones impactantes
Muchos pensadores, a lo largo de la historia, nos han ofrecido su propia definición de felicidad. Todas válidas, por cierto, aunque seguramente algunas encajarán contigo más que otras. Estas tres, por ejemplo, son las que a mí más me impactaron:
1. «No hay un camino a la felicidad: la felicidad es el camino», del Buda Gautama.
Muchas veces, nos obsesionamos tanto con alcanzar nuestros objetivos que nos olvidamos de disfrutar de los procesos (siempre estimulantes, siempre enriquecedores) que atravesamos para alcanzarlas. Según el budismo, en estos procesos es donde encontraremos la verdadera felicidad, pues la satisfacción que sentimos cuando finalmente conseguimos lo que deseábamos, por lo general, es muy breve.
2. «El hombre que hace que todo lo que lleve a la felicidad dependa de sí mismo, y no de los demás, ha adoptado el mejor plan para vivir feliz», de Platón.
Ser feliz, en buena medida, significa autorrealizarse, es decir, alcanzar nuestras propias metas y objetivos. Algunos son felices ganando dinero; otros, viajando, y otros, ayudando a los demás. Cada cual posee su propia fórmula para ser feliz. Pero, para eso, tenemos que tratar de conocernos profundamente, y saber que nuestros logros, sin importar cuáles sean, serán siempre producto de nuestra voluntad y determinación.
3. «Si nos preguntamos en qué consiste ese estado ideal de espíritu denominado felicidad hallamos fácilmente una primera respuesta: la felicidad consiste en encontrar algo que nos satisfaga completamente», de José Ortega y Gasset.
Para este filósofo español, la felicidad que experimentamos es directamente proporcional a la cantidad de tiempo que le dedicamos a todas esas actividades que nos interesan y nos agradan.De hecho, para este pensador, la felicidad se produce cuando coinciden «nuestra vida proyectada», que es aquello que queremos ser, con «nuestra vida efectiva», que es lo que somos en realidad.
Fascinante, ¿no crees?
El cerebro escaneado de un budista
¿Conoces a Matthieu Ricard? Él es un biólogo molecular que un buen día decidió abandonar su carrera para dedicarse de lleno a la práctica del budismo. No te asustes, no voy a insistir con el budismo, solo quería contarte algo de este interesante personaje. Bien, por más extraño que te parezca, Ricard recibió el título del «hombre más feliz del mundo». Sucedió cuando un grupo de neurocientíficos de la Universidad de Wisconsin escanearon su cerebro y obtuvieron resultados que lo situaban muy arriba del resto en la escala de felicidad (no estoy bromeando, para la ciencia, existe una escala de la felicidad).
Ricard explica que el altruismo y la aceptación del presente fueron lo que lo hicieron alcanzar una auténtica felicidad, pero advierte que es necesario ser constantes a lo largo del camino. También señala que debemos concentrarnos en nuestro interior, en vez de distraernos con el exterior, e ir poniendo en práctica pequeños cambios que nos aporten alguna alegría permanente.
En fin, todos buscamos una vía que nos conduzca a la felicidad, pero por lo visto estamos mal encaminados. La felicidad no es un lugar que debemos encontrar, sino un especialísimo estado de conciencia, el cual experimentaremos si aceptamos nuestra condición humana y nuestra historia personal. Una vez que la felicidad sea una con nosotros, solo nos faltará compartirla, pues ella, aunque te parezca mentira, es la única cosa que se multiplica cuando nos permitimos disfrutarla junto a otros.