(All Things Must Pass, el disco en el que George Harrison trasciende su rol secundario y expone todo su multifacético potencial)
La llamada era digital es una revolución en sí, no hay quien se atreva a contradecirlo. Los medios de comunicación se transforman, se amplían, se fusionan. Los canales y soportes de difusión musicales, en ese contexto, no son la excepción. Testigos de la muerte de los LPs y los cassettes, los consumidores de música parecemos asistir a la agonía del CD, lo cual significa que la mudanza constante de soporte es un fenómeno que se da, inclusive, hacia dentro del propio mundo digital. Hoy dominan la escena los mp3, aparejando estos, en su gran mayoría, una reducción sustancial de la calidad del audio.
Un buen ejercicio de melómano es sin dudas, entonces, renovar la discografía digital en pos de obtener el material en la mejor calidad posible, llevándonos casi inevitablemente a la re-escucha, en el mejor de los casos, de aquellos discos conocidos que se posee; o al descubrimiento de aquel material que se atesora sin haberse escuchado ni una sola vez.
En ese plan uno puede descubrir All Things Must Pass, el primer disco solista post-Beatle de George Harrison. Un ambicioso disco triple en el cual estalla de repente todo el potencial del 3er Beatle, evidentemente contenido o intimidado hasta entonces por las figuras excluyentes de Lennon y McCartney.
Desde el título se intuye una vuelta de página rotunda e inevitable a pocos meses de que el último acorde de Let it be dejara de sonar, allí por 1970. “Todas las cosas deben pasar”. El éxito desenfrenado; las giras y maratónicas grabaciones; las excentricidades de estrellas; la tensa relación de un grupo de personas que no dominan sus egos. Todo llega a su fin y Harrison parece, sino festejarlo, al menos aceptarlo con total naturalidad.
La propuesta musical del primer disco triple de la historia del rock es amplia y se mueve con soltura entre lo acústico country y lo más estrictamente rockero, demostrando no solo las cualidades interpretativas de Harrison, sino también su dúctil faceta como compositor y arreglador, quizás esta la más relegada en su etapa Beatle. Las colaboraciones no son nada despreciables: Billy Preston, Ringo Star, Klaus Voormann, entre otros músicos, engalanan y, lejos de opacar el genio de Harrison, lo maximizan a puntos tales que Lennon y McCartney estuvieron lejos de poder o querer alcanzar. Consideración aparte merece la participación de Eric Clapton, eximio guitarrista de Cream y amigo de George, con quien supo disputarse por entonces a la modelo Pattie Boyd, esposa de Harrison y Clapton sucesivamente, en un novelesco triangulo amoroso entre los músicos y la musa inspiradora de joyas como Something y Layla.
El caudal de material inédito que representa un disco triple nos habla a las claras del potencial creativo contenido y comprimido por Harrison a lo largo de la existencia del cuarteto de Liverpool. Se deja entrever también aquí, en cuotas discretas, la faceta espiritual del Beatle más místico y que más supo absorber positivamente la experiencia india con el controversial Maharishi Mahesh Yogui, así como su devoción por la música del sitarista Ravi Shankar, padre de Norah Jones, dato cholulo al margen. Nos quedan desde entonces, con All Things Must Pass, himnos tales como Isn’t It a Pitty o My Sweet Lord, y un inolvidable arte de tapa con gnomos de jardín en su hábitat.
Todas las cosas deben pasar, hasta aquellos momentos que la mayoría desearíamos perpetuar. No es el caso de George, el Beatle que se emancipó y estalló musicalmente cuando los ecos del cuarteto retumbaban aun por las calles de Londres y el mundo. Cuando se cierra una puerta se abre una ventana. Si la puerta son los Beatles, claro, hay que ser Harrison para atravesar la ventana antes de que también se cierre.